Novena compuesta por un sacerdote devoto de San Juan Bosco, con aprobación eclesiástica. Puede rezarse en cualquier momento del año, particularmente en preparación a la fiesta de San Juan Bosco (31 de Enero). Para obtener más fácilmente las gracias que se desean, San Juan Bosco aconsejaba la frecuencia de los sacramentos durante la novena y hacer o prometer alguna oferta para las obras salesianas.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido, y propongo firmemente de nunca más pecar, y confesarme, y confío me perdonaréis por vuestra santísima Pasión y muerte. Amén.ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh bienaventurado Juan Bosco, apóstol incansable de la devoción a María Auxiliadora y tan amado de Ella que sin dilación alguna obtenías de su bondad todo lo que le pedías. Tú que fuiste tan compasivo de las humanas desventuras que, cuando morabas en la Tierra no había persona alguna que recurriese a ti sin que fuese benignamente escuchada, ahora que estás en los Cielos en donde la caridad se perfecciona, míranos con piedad y misericordia, ya que tan necesitados estamos de tu socorro; haz descender sobre nosotros y nuestras familias las maternales bendiciones de María Auxiliadora; alcánzanos todas aquellas gracias espirituales y temporales que más necesitamos, especialmente la de gozar de la amistad divina, de evitar todo pecado, de amar con fiel ternura a la Virgen María, y, por último, el señaladísimo favor que te pedimos en esta Novena, si fuere para mayor gloria de Dios y bien de nuestra alma. Así sea.DÍA PRIMERO – 22 DE ENERO
MEDITACIÓN: HUMILDAD HERIOCA DE SAN JUAN BOSCO.
«Aprended de mí, dice Jesucristo, que soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Toda la vida de nuestro Divino Salvador fue una continua enseñanza de todas las virtudes, pero, especialmente, fue maestro de la humildad. Por haber bajado del Cielo para enseñarnos esta virtud, se conoce cuánta es su excelencia y cuán grande es la necesidad que de ella tenemos. Es esta virtud el solo verdadero fundamento de la santidad. Por eso los héroes de la Iglesia han sido profundamente humildes.
Tal fue nuestro Santo, que en la plenitud de sus triunfos, en las imponentes manifestaciones de estima y en las ovaciones triunfales de que fue objeto, conservó siempre la sencillez de sus primeros años, sin que nunca decayese de aquella sincera humildad que ha sido siempre el distintivo de la santidad.
La humildad lo llevó a hacerse niño con los niños, y hasta servidor de los niños. A los principios del Oratorio, servía a sus asilados, no solo como padre sino mas bien como criado, ejercitando con ellos los oficios mas humildes: les cocía la comida, se la distribuía en el comedor, remendaba sus vestidos interiores, los peinaba, les cortaba el cabello y si se encontraban enfermos, no rehusaba prestarles los más humildes servicios. La humildad le hizo vencer la repugnancia que por su natural timidez sentía de presentarse a las personas de elevada posición social, ricas o acomodadas, para pedir limosna a favor de sus huerfanitos; la necesidad de socorrer a sus asilados y la persuasión que tenía de que, pidiendo limosna, hacía una gran obra de caridad a los mismos que la daban, dándoles ocasión de socorrer a los pobres, le hizo despreciar todo respeto humano. Con los niños jugaba como si fuese uno de ellos; sabía que este sacrificio era uno de los más eficaces para ganarse el afecto de los jóvenes e insinuarse más fácilmente en sus almas. Con gusto se detenía en la calle con niños sucios y harapientos y dejaba que lo acompañasen sin hacer caso del respeto humano, ni de las reprensiones que, a veces, personas de distinción le hacían por este motivo.
Cuando en el templo de María Auxiliadora se sucedían con frecuencia emocionantes curaciones milagrosas, y el nombre de Don Bosco bendecido y aclamado estaba en boca de todos, impresionado por aquellos prodigios y no queriendo que fuesen atribuidos a su persona, se apresuraba a decir: «¡Cuánta fe hay aún en nuestro pueblo! ¡Cuánta devoción a la Santísima Virgen!».
Al preguntarle alguno cómo hacia para llevar a cabo obras tan colosales como las que tenía entre manos con medios tan desproporcionados, contestaba:
EJEMPLO: SAN JUAN BOSCO LLEVA AL CIELO A UN NIÑO.
Cayó enfermo en los primeros días de febrero de 1888 un alumno del Oratorio de Turín, y llegó a tal extremo de gravedad que se temía un funesto desenlace.
Avisada la familia, corrió su madre a la cabecera del enfermo, y obtuvo fácilmente de los superiores permiso para asistirle mientras durara el peligro. Una mañana despiértase el niño sobresaltado, abre los ojos, los clava en un sitio con fijeza y luego mira hacia la puerta como si viese salir a alguno, vuélvese luego a su madre y le dice: «¿No le ha visto usted?».
«¿A quién?».
«A Don Bosco».
«Yo no he visto a nadie».
«Pues ha estado aquí, y me ha dicho que me prepare, porque dentro de tres días vendrá a buscarme para llevarme al Cielo».
«¿Morir tú, hijo mío? ¡Ah, no!; tienes que venir a casa».
«¿A qué? ¿Tal vez a asistir a ciertas escenas que usted bien sabe? ¿A oír tantas blasfemias? No, no; es mejor que me vaya al Cielo».
Oía la pobre mujer tan justos reproches, y no podía menos de dar la razón al niño; pero su amor de madre no se resignaba a creer que su hijo muriera tan pronto. Dijo a éste que le tocaba ser el ángel consolador de la familia, que su ejemplo debía convertir al padre; y, calificando de monomanía la enfermedad del hijo, trató de curarlo, sacándolo del Oratorio.
Los superiores no podían oponerse a los deseos de esta madre; y a fin de que el niño no careciera de asistencia espiritual y corporal, dieron a la pobre mujer una recomendación para el hospital.
El niño, al enterarse de la determinación de la madre, decía: «¿Para qué me saca usted del Oratorio? Se muere muy bien bajo el manto protector de María Auxiliadora».
A la mañana siguiente, a pesar de la copiosa nieve que caía, la madre, inexorable, hizo que el niño fuese llevado al hospital. Al llegar a este sitio alegrose mucho el muchacho al ver que estaban al frente del establecimiento de las Hermanas de la Caridad y llamando a una de ellas, le dijo: «¿Podré recibir mañana los santos Sacramentos?».
«¿Por qué tan pronto?».
«Porque tiene que venir mañana Don Bosco a buscarme…».
«No le haga usted caso –le interrumpió su madre– es una monomanía».
El niño se confesó, y comulgó al día siguiente con gran devoción, y esperó tranquilo su hora. Su madre le atendía cariñosamente y también esperaba.
Hacia el medio día, el niño se durmió, haciendo concebir risueñas esperanzas. Pero despiértase hacia las tres de la tarde, mira hacia arriba, como si contemplara a una persona y dice: «¡Helo aquí! ¡Ya voy! ¡Ya voy!», y se durmió en el Señor.
Corrió la madre y abrazó al hijo, pero ya no estrechó entre sus brazos más que un cadáver. No tardó mucho, sin embargo, en resignarse y en reconocer, ante los que habían asistido a la preciosa muerte de su hijo, que era deudora de un gran favor a San Juan Bosco.
Rezar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”.
MEDITACIÓN: HUMILDAD HERIOCA DE SAN JUAN BOSCO.
«Aprended de mí, dice Jesucristo, que soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Toda la vida de nuestro Divino Salvador fue una continua enseñanza de todas las virtudes, pero, especialmente, fue maestro de la humildad. Por haber bajado del Cielo para enseñarnos esta virtud, se conoce cuánta es su excelencia y cuán grande es la necesidad que de ella tenemos. Es esta virtud el solo verdadero fundamento de la santidad. Por eso los héroes de la Iglesia han sido profundamente humildes.
Tal fue nuestro Santo, que en la plenitud de sus triunfos, en las imponentes manifestaciones de estima y en las ovaciones triunfales de que fue objeto, conservó siempre la sencillez de sus primeros años, sin que nunca decayese de aquella sincera humildad que ha sido siempre el distintivo de la santidad.
La humildad lo llevó a hacerse niño con los niños, y hasta servidor de los niños. A los principios del Oratorio, servía a sus asilados, no solo como padre sino mas bien como criado, ejercitando con ellos los oficios mas humildes: les cocía la comida, se la distribuía en el comedor, remendaba sus vestidos interiores, los peinaba, les cortaba el cabello y si se encontraban enfermos, no rehusaba prestarles los más humildes servicios. La humildad le hizo vencer la repugnancia que por su natural timidez sentía de presentarse a las personas de elevada posición social, ricas o acomodadas, para pedir limosna a favor de sus huerfanitos; la necesidad de socorrer a sus asilados y la persuasión que tenía de que, pidiendo limosna, hacía una gran obra de caridad a los mismos que la daban, dándoles ocasión de socorrer a los pobres, le hizo despreciar todo respeto humano. Con los niños jugaba como si fuese uno de ellos; sabía que este sacrificio era uno de los más eficaces para ganarse el afecto de los jóvenes e insinuarse más fácilmente en sus almas. Con gusto se detenía en la calle con niños sucios y harapientos y dejaba que lo acompañasen sin hacer caso del respeto humano, ni de las reprensiones que, a veces, personas de distinción le hacían por este motivo.
Cuando en el templo de María Auxiliadora se sucedían con frecuencia emocionantes curaciones milagrosas, y el nombre de Don Bosco bendecido y aclamado estaba en boca de todos, impresionado por aquellos prodigios y no queriendo que fuesen atribuidos a su persona, se apresuraba a decir: «¡Cuánta fe hay aún en nuestro pueblo! ¡Cuánta devoción a la Santísima Virgen!».
Al preguntarle alguno cómo hacia para llevar a cabo obras tan colosales como las que tenía entre manos con medios tan desproporcionados, contestaba:
«Sabed que en todo esto no entra para nada el pobre Don Bosco, es Dios nuestro Señor y su Santísima Madre los que lo hacen todo. Cuando Dios quiere llevar a cabo una obra, su mayor Gloria exige que se conozca que es su Mano poderosa la que la ejecuta, sirviéndose del instrumento más inútil e inepto. Yo aseguro que si Dios nuestro Señor hubiese encontrado en la Arquidiócesis de Turín un sacerdote más pobre y más miserable que yo, a ése y no a otro hubiese escogido como instrumento de las obras a que os referís, y al pobre Don Bosco le hubiese dejado seguir su vocación de simple cura de aldea».Imitemos a este gran Santo en la práctica de la humildad, si queremos gozar con él de la feliz bienaventuranza; porque ha dicho nuestro Señor que si no nos hiciéremos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos.
EJEMPLO: SAN JUAN BOSCO LLEVA AL CIELO A UN NIÑO.
Cayó enfermo en los primeros días de febrero de 1888 un alumno del Oratorio de Turín, y llegó a tal extremo de gravedad que se temía un funesto desenlace.
Avisada la familia, corrió su madre a la cabecera del enfermo, y obtuvo fácilmente de los superiores permiso para asistirle mientras durara el peligro. Una mañana despiértase el niño sobresaltado, abre los ojos, los clava en un sitio con fijeza y luego mira hacia la puerta como si viese salir a alguno, vuélvese luego a su madre y le dice: «¿No le ha visto usted?».
«¿A quién?».
«A Don Bosco».
«Yo no he visto a nadie».
«Pues ha estado aquí, y me ha dicho que me prepare, porque dentro de tres días vendrá a buscarme para llevarme al Cielo».
«¿Morir tú, hijo mío? ¡Ah, no!; tienes que venir a casa».
«¿A qué? ¿Tal vez a asistir a ciertas escenas que usted bien sabe? ¿A oír tantas blasfemias? No, no; es mejor que me vaya al Cielo».
Oía la pobre mujer tan justos reproches, y no podía menos de dar la razón al niño; pero su amor de madre no se resignaba a creer que su hijo muriera tan pronto. Dijo a éste que le tocaba ser el ángel consolador de la familia, que su ejemplo debía convertir al padre; y, calificando de monomanía la enfermedad del hijo, trató de curarlo, sacándolo del Oratorio.
Los superiores no podían oponerse a los deseos de esta madre; y a fin de que el niño no careciera de asistencia espiritual y corporal, dieron a la pobre mujer una recomendación para el hospital.
El niño, al enterarse de la determinación de la madre, decía: «¿Para qué me saca usted del Oratorio? Se muere muy bien bajo el manto protector de María Auxiliadora».
A la mañana siguiente, a pesar de la copiosa nieve que caía, la madre, inexorable, hizo que el niño fuese llevado al hospital. Al llegar a este sitio alegrose mucho el muchacho al ver que estaban al frente del establecimiento de las Hermanas de la Caridad y llamando a una de ellas, le dijo: «¿Podré recibir mañana los santos Sacramentos?».
«¿Por qué tan pronto?».
«Porque tiene que venir mañana Don Bosco a buscarme…».
«No le haga usted caso –le interrumpió su madre– es una monomanía».
El niño se confesó, y comulgó al día siguiente con gran devoción, y esperó tranquilo su hora. Su madre le atendía cariñosamente y también esperaba.
Hacia el medio día, el niño se durmió, haciendo concebir risueñas esperanzas. Pero despiértase hacia las tres de la tarde, mira hacia arriba, como si contemplara a una persona y dice: «¡Helo aquí! ¡Ya voy! ¡Ya voy!», y se durmió en el Señor.
Corrió la madre y abrazó al hijo, pero ya no estrechó entre sus brazos más que un cadáver. No tardó mucho, sin embargo, en resignarse y en reconocer, ante los que habían asistido a la preciosa muerte de su hijo, que era deudora de un gran favor a San Juan Bosco.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Juan Bosco! Tú que aun en medio de admirables portentos mantuviste la virtud de la humildad, y volvías a Dios nuestro Señor y su Santísima Madre los elogios que te dirigían, haz que también nosotros busquemos en todo esta virtud, la practiquemos constantemente y que en todo desterremos de nuestras almas el deseo de alabanzas. Así sea.Rezar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”.
GOZOS
Santo que nunca desoyes
Al que confiado te implora,
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Enséñanos la humildad
Con la que subiste a esa altura
Donde hoy tu gloria fulgura
En eterna claridad.
Y prodiga tu ternura
Al que sufre y al que llora.
Al que sufre y al que llora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Deslumbrante de belleza,
Blanco lirio inmaculado,
La Iglesia te ha proclamado
Por tu angélica pureza,
De la inocencia dechado,
De castidad bella aurora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
El trabajo y la oración
Fueron tu gloria y anhelo,
Siempre pensando en el Cielo,
¡Donde estaba tu corazón!
¡Torna de nuestra alma el hielo
En hoguera abrasadora!
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
¡Dadme almas!, era el clamor
De tu celo prodigioso.
El salvarlas fue tu gozo
Y llevarlas al Señor.
Ese era el fin poderoso
De tu obra redentora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Suave apóstol de los niños,
Protector de su inocencia,
En la tierna adolescencia
Colocaste tus cariños.
¡Y cuál brilla la excelencia
De tu obra educadora!
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Lleno de firme confianza
En el auxilio divino,
Proseguiste tu camino,
En Dios puesta la esperanza.
Y Él siempre en tu ayuda
Vino con su mano protectora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
De la Virgen bajo el faro
Colocaste tus labores;
Por ti, Ella da sus favores
Y es de los hombres amparo.
¡Envía al mundo los fulgores
De esa luz consoladora!
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
De tu obra el fundamento
Fue la santa Eucaristía,
Pues tu alma unida vivía
Al Divino Sacramento.
Jesús Hostia te infundía
Esa constancia creadora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
¡Oh apóstol! ¡Oh padre! ¡Oh santo!
¡Atiéndenos bondadoso!
¡Cambia nuestro llanto en gozo,
Tú que ante Dios puedes tanto!
Y en ti halle amparo amoroso
La humanidad pecadora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Santo que nunca desoyes
Al que confiado te implora,
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh Dios, que has suscitado a San Juan Bosco, confesor tuyo, como padre y maestro de la juventud, y por él, mediante el auxilio de la Virgen María, has querido que floreciesen en tu Iglesia nuevas familias religiosas, concédenos, te lo suplicamos, que encendidos en el mismo fuego de caridad, busquemos únicamente la salvación de las almas y tu divino servicio. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 23 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A LA PUREZA.
San Pablo, exhortando a los fieles a que conserven la excelente virtud de la castidad les dice: «Esta es la voluntad de Dios, ¡Vuestra santificación!». Por nombre de santidad entiende el Apóstol la castidad, porque nos hace semejantes a los Ángeles. De aquí se deduce la excelencia de esta virtud, y con cuánta razón San Juan Bosco le aplicase las propiedades que Salomón atribuye a la sabiduría: «Me vinieron todos los dones juntamente con ella».
Nuestro Santo, si bien resplandeció en todas las virtudes, podemos decir que su distintivo y la característica que quiso imprimir en su instituto fue la pureza.
Las palabras, el trato y, en general, todas las acciones, manifestaban tal candor y virginidad, que atraían y edificaban a todos los que se le acercaban, aun a los de corazón pervertido. Su apacible rostro tenía un especial atractivo para ganarse y cautivarse los corazones. Lo que más llamaba la atención de los que tuvieron la dicha de tratarlo en la intimidad de su vida, fue el solícito cuidado que ponía en practicar las más insignificantes reglas de modestia.
No podía sufrir un ademán menos casto, ni una frase bien castigada, sin sonrojarse y corregir al culpado. Sus escritos son un limpio espejo de su alma: resplandece en ellos tal delicadeza, que algunos llegaron a tacharla de exagerada.
En medio de sus jóvenes, era siempre la imagen acabada del Divino Salvador; siendo la pureza que resplandecía en toda su persona el secreto de la ilimitada confianza que le tenían. Se puede afirmar de él lo que de San Francisco de Sales: «observado en aquellos actos de su vida en que los más recatados suelen permitirse alguna mayor libertad en las posturas, jamás se le vio faltar a la más insignificante regla de decoro».
En los sermones, conferencias y conversaciones no cesaba de insinuar a los demás el amor a la más bella de las virtudes. Cuando hablaba del tesoro inestimable que en sí encierra, cuando describía la belleza de un alma casta y la dicha que la inunda aun en esta vida; cuando recordaba el premio que el Señor le tiene preparado en el Cielo, su palabra llenaba el alma de dulces emociones, y los que lo oían no podían menos que exclamar: «Solo quien es puro como un ángel, puede hablar de este modo». Prefería hablar de la pureza más bien que del vicio contrario; de que apenas sí hacía mención en los términos más reservados y prudentes; pero sabía infundir grande horror hacia él, no tanto con la palabra cuanto con la virtud y afecto que brotaba de su corazón e infundía en los demás.
Sus educandos conocían su pureza y por esto lo veneraban; si se encontraban en peligro de sucumbir a la tentación, bastábales acercarse a él para que al instante se desvaneciese toda sugestión del mal. Cuando su mirada, penetrando en el interior del alma, conocía que el espíritu maligno trataba de seducir la fantasía y el corazón de alguno de sus niños, se le acercaba con dulzura y dándole una suave palmada en la mejilla, a manera de caricia, le decía con ternura al oído: «No temas, no te he pegado a ti, sino al demonio». Estas palabras calaban en el espíritu y alejaban la tempestad del corazón.
Preguntábale un jovencito atormentado por las tentaciones impuras la manera de librarse de ellas, y él respondió: «Procura estar junto a mí y no temas».
Quería que la pureza fuera el distintivo de los salesianos, como la pobreza caracteriza a los hijos de San Francisco de Asís y la obediencia a los de San Ignacio.
Murió llevando consigo al sepulcro la blanca estola de la inocencia bautismal. Sin los castos perfumes de una vida pura delante de Dios y de los hombres, no se explicaría la conquista de tantas almas ni el éxito admirable de su tan múltiple apostolado, ni el encanto que ejerció sobre las generaciones de su tiempo.
Si queremos que San Juan Bosco atraiga sobre nosotros las bendiciones de María Auxiliadora y tengamos como norma de perfección la gran máxima de nuestro Santo: «Me vinieron con ella (la pureza) todos los bienes», y por consiguiente, sin ella, seremos víctimas de todos los males, especialmente de la terrible condenación.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A LA PUREZA.
San Pablo, exhortando a los fieles a que conserven la excelente virtud de la castidad les dice: «Esta es la voluntad de Dios, ¡Vuestra santificación!». Por nombre de santidad entiende el Apóstol la castidad, porque nos hace semejantes a los Ángeles. De aquí se deduce la excelencia de esta virtud, y con cuánta razón San Juan Bosco le aplicase las propiedades que Salomón atribuye a la sabiduría: «Me vinieron todos los dones juntamente con ella».
Nuestro Santo, si bien resplandeció en todas las virtudes, podemos decir que su distintivo y la característica que quiso imprimir en su instituto fue la pureza.
Las palabras, el trato y, en general, todas las acciones, manifestaban tal candor y virginidad, que atraían y edificaban a todos los que se le acercaban, aun a los de corazón pervertido. Su apacible rostro tenía un especial atractivo para ganarse y cautivarse los corazones. Lo que más llamaba la atención de los que tuvieron la dicha de tratarlo en la intimidad de su vida, fue el solícito cuidado que ponía en practicar las más insignificantes reglas de modestia.
No podía sufrir un ademán menos casto, ni una frase bien castigada, sin sonrojarse y corregir al culpado. Sus escritos son un limpio espejo de su alma: resplandece en ellos tal delicadeza, que algunos llegaron a tacharla de exagerada.
En medio de sus jóvenes, era siempre la imagen acabada del Divino Salvador; siendo la pureza que resplandecía en toda su persona el secreto de la ilimitada confianza que le tenían. Se puede afirmar de él lo que de San Francisco de Sales: «observado en aquellos actos de su vida en que los más recatados suelen permitirse alguna mayor libertad en las posturas, jamás se le vio faltar a la más insignificante regla de decoro».
En los sermones, conferencias y conversaciones no cesaba de insinuar a los demás el amor a la más bella de las virtudes. Cuando hablaba del tesoro inestimable que en sí encierra, cuando describía la belleza de un alma casta y la dicha que la inunda aun en esta vida; cuando recordaba el premio que el Señor le tiene preparado en el Cielo, su palabra llenaba el alma de dulces emociones, y los que lo oían no podían menos que exclamar: «Solo quien es puro como un ángel, puede hablar de este modo». Prefería hablar de la pureza más bien que del vicio contrario; de que apenas sí hacía mención en los términos más reservados y prudentes; pero sabía infundir grande horror hacia él, no tanto con la palabra cuanto con la virtud y afecto que brotaba de su corazón e infundía en los demás.
Sus educandos conocían su pureza y por esto lo veneraban; si se encontraban en peligro de sucumbir a la tentación, bastábales acercarse a él para que al instante se desvaneciese toda sugestión del mal. Cuando su mirada, penetrando en el interior del alma, conocía que el espíritu maligno trataba de seducir la fantasía y el corazón de alguno de sus niños, se le acercaba con dulzura y dándole una suave palmada en la mejilla, a manera de caricia, le decía con ternura al oído: «No temas, no te he pegado a ti, sino al demonio». Estas palabras calaban en el espíritu y alejaban la tempestad del corazón.
Preguntábale un jovencito atormentado por las tentaciones impuras la manera de librarse de ellas, y él respondió: «Procura estar junto a mí y no temas».
Quería que la pureza fuera el distintivo de los salesianos, como la pobreza caracteriza a los hijos de San Francisco de Asís y la obediencia a los de San Ignacio.
Murió llevando consigo al sepulcro la blanca estola de la inocencia bautismal. Sin los castos perfumes de una vida pura delante de Dios y de los hombres, no se explicaría la conquista de tantas almas ni el éxito admirable de su tan múltiple apostolado, ni el encanto que ejerció sobre las generaciones de su tiempo.
Si queremos que San Juan Bosco atraiga sobre nosotros las bendiciones de María Auxiliadora y tengamos como norma de perfección la gran máxima de nuestro Santo: «Me vinieron con ella (la pureza) todos los bienes», y por consiguiente, sin ella, seremos víctimas de todos los males, especialmente de la terrible condenación.
EJEMPLO: CONVERSIÓN PRODIGIOSA.
Años hacía que una distinguida señora de Turín se iba consumiendo a causa de un cáncer en el pecho. Era esta señora una excelente cooperadora salesiana, y sufría con paciencia tan cruel enfermedad; pero, casada con un hombre mundano y disipado, y viendo acercarse su muerte, se afligía al considerar el desamparo en que quedaban las tres hijas que componían su hogar.
Cierto día del año 1890, una persona le aconsejó que se encomendara a Don Bosco para obtener la salud, y ofreció unir a este propósito sus ruegos.
Aceptada con gusto la indicación, comenzóle enferma una novena al Santo. Una noche, precisamente el último día de la novena, le pareció que se iluminaba de repente su cuarto y que luego, apareciéndosele San Juan Bosco entre resplandores, le anunciaba la obtención de la gracia.
Algo tardó la señora en volver de su asombro; pero, en efecto, se hallaba completamente curada. Bien se adivina cuál sería su impresión.
Avivada con esto su fe, hace al Santo esta súplica: «Yo no dudo de que a vos debo la gracia que acabo de recibir; pero confirmad mi persuasión, concediéndome además la conversión de mi marido». Comienza otra novena con este fin, y aún no había concluido cuando una mañana advierte que su esposo se levanta más temprano que de ordinario y sale de casa.
Moviéndose por la curiosidad, la señora quiso saber a donde se dirigía, y vistiéndose a toda prisa, le siguió paso a paso. Parecía que el corazón le auguraba un buen suceso. Grande fue su sorpresa a ver que el marido entraba en una iglesia; entró también ella, pero con mucha cautela para no ser notada, y le vio arrodillarse a los pies de un sacerdote, y al cabo de un rato, recibir la Santa Comunión.
Llena de contento y dando gracias al Cielo por este nuevo favor, regresó enseguida a su casa. Momentos después, entra también el marido, cosa muy extraordinaria, pues salía muy temprano y no paraba en ella; dio con visible satisfacción los buenos días y pidió una taza de café, habiéndosela servida en el acto.
«¿Qué significa tan rara visita?», le preguntó su esposa. «Significa –respondió él– que yo he sido un miserable tonto; pero perdóname, que desde hoy haré una nueva vida. He ido a confesarme (doce años he pasado sin hacerlo), he comulgado y me siento feliz».
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Juan Bosco! Tú que amaste con amor de predilección la bella virtud de la pureza y la inculcaste con el ejemplo, la palabra y los escritos, haz que también nosotros, enamorados de tan indispensable virtud, la practiquemos constantemente y la difundamos con todas nuestras fuerzas. Así sea.
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre… San Juan Bosco, rogad por nosotros.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Años hacía que una distinguida señora de Turín se iba consumiendo a causa de un cáncer en el pecho. Era esta señora una excelente cooperadora salesiana, y sufría con paciencia tan cruel enfermedad; pero, casada con un hombre mundano y disipado, y viendo acercarse su muerte, se afligía al considerar el desamparo en que quedaban las tres hijas que componían su hogar.
Cierto día del año 1890, una persona le aconsejó que se encomendara a Don Bosco para obtener la salud, y ofreció unir a este propósito sus ruegos.
Aceptada con gusto la indicación, comenzóle enferma una novena al Santo. Una noche, precisamente el último día de la novena, le pareció que se iluminaba de repente su cuarto y que luego, apareciéndosele San Juan Bosco entre resplandores, le anunciaba la obtención de la gracia.
Algo tardó la señora en volver de su asombro; pero, en efecto, se hallaba completamente curada. Bien se adivina cuál sería su impresión.
Avivada con esto su fe, hace al Santo esta súplica: «Yo no dudo de que a vos debo la gracia que acabo de recibir; pero confirmad mi persuasión, concediéndome además la conversión de mi marido». Comienza otra novena con este fin, y aún no había concluido cuando una mañana advierte que su esposo se levanta más temprano que de ordinario y sale de casa.
Moviéndose por la curiosidad, la señora quiso saber a donde se dirigía, y vistiéndose a toda prisa, le siguió paso a paso. Parecía que el corazón le auguraba un buen suceso. Grande fue su sorpresa a ver que el marido entraba en una iglesia; entró también ella, pero con mucha cautela para no ser notada, y le vio arrodillarse a los pies de un sacerdote, y al cabo de un rato, recibir la Santa Comunión.
Llena de contento y dando gracias al Cielo por este nuevo favor, regresó enseguida a su casa. Momentos después, entra también el marido, cosa muy extraordinaria, pues salía muy temprano y no paraba en ella; dio con visible satisfacción los buenos días y pidió una taza de café, habiéndosela servida en el acto.
«¿Qué significa tan rara visita?», le preguntó su esposa. «Significa –respondió él– que yo he sido un miserable tonto; pero perdóname, que desde hoy haré una nueva vida. He ido a confesarme (doce años he pasado sin hacerlo), he comulgado y me siento feliz».
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Juan Bosco! Tú que amaste con amor de predilección la bella virtud de la pureza y la inculcaste con el ejemplo, la palabra y los escritos, haz que también nosotros, enamorados de tan indispensable virtud, la practiquemos constantemente y la difundamos con todas nuestras fuerzas. Así sea.
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre… San Juan Bosco, rogad por nosotros.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO – 24 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: VIDA INTERIOR DE SAN JUAN BOSCO.
La vida interior no es más que la convicción intima de que el hombre no tiene otro destino en este mundo que el de conocer, amar y servir a Dios, y la dedicación que hace de su vida a este supremo fin, sin olvidar que la vida de su alma es Jesucristo, puesto que sin el no puede hacer nada que sea agradable y meritorio ante los divinos ojos, ni puede reportar fruto alguno en las obras de celo que emprenda por la salvación de las almas.
Los santos así lo han comprendido, y han hecho de la vida interior en unión con Dios, el alma de toda su actividad.
Quien ha estudiado a Don Bosco solo a través de su intensa actividad, lo ha definido: “un santo de acción”. Y en realidad lo fue. Pero si alguno pensase que entregado por completo a un trabajo incesante de educación de la juventud y de reconstrucción cristiana y social no se alimentase y viviese de la oración, y de esta no hubiese hecho el punto de apoyo de toda su actividad, estaría en grande error. Toda la vida de este hombre extraordinario fue oración y trabajo. Su trabajo fue continua oración y la oración fue el fundamento y el alma de toda su obra.
Su vida estuvo siempre absorta en las cosas divinas y eternas, aun cuando tenía aquellas ocupaciones materiales que por su naturaleza parecen ser opuestas a las elevaciones del espíritu. Por esto, en cualquier momento que se acudiese a él para pedirle consejo parecía que interrumpía los coloquios con Dios para escuchar lo que se le decía, y que Dios mismo le inspiraba los consejos que daba.
«La oración –dice el gran pontífice Pío XI, que conoció personalmente a nuestro santo– fue una de las más hermosas características de Don Bosco, y consistió en que estando presente a todas las cosas y ocupado en una serie continua de negocios y consultas, tuvo el espíritu fuera de aquellas cosas, siempre en alto, en donde nada podía perturbar la serenidad de su espíritu, en donde la calma reina siempre como soberana, de modo que en él se cumplía aquel principio de la vida cristiana: “qui labórat orat”, el que trabaja ora. Esto ha sido lo que más atrae la admiración sobre sus hijos, porque fue la característica del padre. ¿De dónde –continúa el Sumo pontífice– este gran Siervo de Dios ha sacado aquella inagotable energía para llevar a cabo tantas obras? El secreto, él mismo lo ha manifestado en aquel lema tan repetido en toda obra Salesiana: “Da mihi ánimas, cœ́tera tolle”: Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás.
Este es el secreto de su corazón, el amor a las almas. Pero amor verdadero porque no era más que el reflejo del amor que tenía a nuestro Señor Jesucristo; las almas él las veía en el Corazón, en la Sangre preciosísima de nuestro Señor Jesucristo, de modo que no había sacrificio o empresa que no se atreviese a llevar a cabo para ganar las almas, tan intensamente amadas de Nuestro Señor. Esta es precisamente, exclama conmovido el mismo Sumo Pontífice, la heroisísima particularidad de la figura de este gran amador de las almas, que se impone ahora mas que nunca a la atención y admiración de todos».
Dios, y siempre Dios, era su pensamiento, su esperanza y su vida. «Parecía -dice monseñor Juan Bautista Anfossi- que su espíritu estuviese continuamente absorto en la contemplación de Dios».
Si queremos progresar rápidamente en la perfección y producir abundantes frutos de salvación en nuestros prójimos, vivamos como San Juan Bosco en intima unión con Dios, de lo contrario seremos sarmientos separados de la Vid.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: VIDA INTERIOR DE SAN JUAN BOSCO.
La vida interior no es más que la convicción intima de que el hombre no tiene otro destino en este mundo que el de conocer, amar y servir a Dios, y la dedicación que hace de su vida a este supremo fin, sin olvidar que la vida de su alma es Jesucristo, puesto que sin el no puede hacer nada que sea agradable y meritorio ante los divinos ojos, ni puede reportar fruto alguno en las obras de celo que emprenda por la salvación de las almas.
Los santos así lo han comprendido, y han hecho de la vida interior en unión con Dios, el alma de toda su actividad.
Quien ha estudiado a Don Bosco solo a través de su intensa actividad, lo ha definido: “un santo de acción”. Y en realidad lo fue. Pero si alguno pensase que entregado por completo a un trabajo incesante de educación de la juventud y de reconstrucción cristiana y social no se alimentase y viviese de la oración, y de esta no hubiese hecho el punto de apoyo de toda su actividad, estaría en grande error. Toda la vida de este hombre extraordinario fue oración y trabajo. Su trabajo fue continua oración y la oración fue el fundamento y el alma de toda su obra.
Su vida estuvo siempre absorta en las cosas divinas y eternas, aun cuando tenía aquellas ocupaciones materiales que por su naturaleza parecen ser opuestas a las elevaciones del espíritu. Por esto, en cualquier momento que se acudiese a él para pedirle consejo parecía que interrumpía los coloquios con Dios para escuchar lo que se le decía, y que Dios mismo le inspiraba los consejos que daba.
«La oración –dice el gran pontífice Pío XI, que conoció personalmente a nuestro santo– fue una de las más hermosas características de Don Bosco, y consistió en que estando presente a todas las cosas y ocupado en una serie continua de negocios y consultas, tuvo el espíritu fuera de aquellas cosas, siempre en alto, en donde nada podía perturbar la serenidad de su espíritu, en donde la calma reina siempre como soberana, de modo que en él se cumplía aquel principio de la vida cristiana: “qui labórat orat”, el que trabaja ora. Esto ha sido lo que más atrae la admiración sobre sus hijos, porque fue la característica del padre. ¿De dónde –continúa el Sumo pontífice– este gran Siervo de Dios ha sacado aquella inagotable energía para llevar a cabo tantas obras? El secreto, él mismo lo ha manifestado en aquel lema tan repetido en toda obra Salesiana: “Da mihi ánimas, cœ́tera tolle”: Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás.
Este es el secreto de su corazón, el amor a las almas. Pero amor verdadero porque no era más que el reflejo del amor que tenía a nuestro Señor Jesucristo; las almas él las veía en el Corazón, en la Sangre preciosísima de nuestro Señor Jesucristo, de modo que no había sacrificio o empresa que no se atreviese a llevar a cabo para ganar las almas, tan intensamente amadas de Nuestro Señor. Esta es precisamente, exclama conmovido el mismo Sumo Pontífice, la heroisísima particularidad de la figura de este gran amador de las almas, que se impone ahora mas que nunca a la atención y admiración de todos».
Dios, y siempre Dios, era su pensamiento, su esperanza y su vida. «Parecía -dice monseñor Juan Bautista Anfossi- que su espíritu estuviese continuamente absorto en la contemplación de Dios».
Si queremos progresar rápidamente en la perfección y producir abundantes frutos de salvación en nuestros prójimos, vivamos como San Juan Bosco en intima unión con Dios, de lo contrario seremos sarmientos separados de la Vid.
EJEMPLO: CURACIÓN PRODIGIOSA.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Tú que a fin de continuar y extender siempre más tu santo apostolado, fundaste la sociedad salesiana y el instituto de hijas de Maria Auxiliadora y les diste el lema: “Templanza y trabajo”, haz que los miembros de estas dos familias religiosas estén siempre llenos de tu espíritu y sean fieles imitadores de tus heroicas virtudes. Así sea.
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre… San Juan Bosco, rogad por nosotros.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Asilo Bordaul, Versoul 11 de abril de 1888.
Revmo. señor Don Miguel Rua:
¡Gracias sean dadas a María Auxiliadora y a su fiel siervo Don Bosco!
La enferma por cuya salud le suplicamos mandara hacer una novena, se ha levantado el domingo por la mañana, ocho de abril, y no ha vuelto a sentir mal alguno.
Tiempo hacía que una úlcera en el estomago le ocasionaba dolorosos vómitos de sangre. Hace ocho meses que para evitarlos, según prescripción médica solo tomaba leche. Cuantas veces intentó tomar un poco de caldo o de sopa, no pudo digerirlo; el pan le estaba absolutamente prohibido. Con este régimen, su debilidad llegó a ser extrema y, aunque se vio libre de los vómitos, sentía tan fuertes dolores de estomago que casi le paralizaban el brazo derecho.
En tal estado recurrimos a Don Bosco, y rogamos a vuestra reverencia que mandara hacer una novena por la salud de la enferma. En los primeros días de la novena, aumentárose sus padecimientos. Parecía que Don Bosco quería extremar las cosas. El día séptimo volvieron a aparecer los vómitos de sangre con más fuerza que nunca. No pudiendo ella tomar nada, ni siquiera leche, creímos que había llegado la hora de prepararla a morir.
No obstante, la enferma esperaba sanar, y en presencia del medico nos dijo que se levantaría y que comería pan al día siguiente. El doctor se sonrió, le recomendó que evitara todo movimiento, y ordenó que no se le diera más que leche. Pasó la noche muy mal hasta las cuatro de la mañana, hora en que se quedo dormida. Después del breve sueño se despertó, y como no sintiera mal alguno, con gran asombro de la comunidad se levantó, y se puso a comer un buen pedazo de pan tierno. ¡Estaba curada! Ya no sentía el más leve dolor.
Asistió a misa y a las vísperas, y comió con nosotras. Ocho meses hacía, repito, que solo podía comer leche. Al día siguiente, esto es el lunes, último de la novena, nos dirigimos todas en romería a un santuario de la Santísima Virgen, situado en una colina cercana; ¡al bajar la pendiente, la enferma corría como un niño! No cabía la menor duda de que su curación era completa.
Continúa en buen estado, y esto nos prueba la bondad de la Reina del Cielo que ha querido glorificar a su siervo Don Bosco concediendo esta gracia a nuestro asilo.
Sor Fulgencio, Superiora.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Tú que a fin de continuar y extender siempre más tu santo apostolado, fundaste la sociedad salesiana y el instituto de hijas de Maria Auxiliadora y les diste el lema: “Templanza y trabajo”, haz que los miembros de estas dos familias religiosas estén siempre llenos de tu espíritu y sean fieles imitadores de tus heroicas virtudes. Así sea.
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre… San Juan Bosco, rogad por nosotros.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO – 25 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CELO DE SAN JUAN BOSCO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.
La salvación de las almas es una empresa tan alta y tan sublime, que ella sola constituye todo el objeto de la obra de la redención. Para llevarla a cabo encarnó, padeció y murió el Hijo de Dios. El oficio más alto y más divino que hay es cooperar con Dios a la salvación de las almas. Más estima Dios esta obra que crear los cielos y la tierra, porque estos solo los creó con su palabra; pero la conversión de un alma fue a costa de su sangre y vida.
A esta grande empresa se dedicó San Juan Bosco con todo el ardor de su corazón, hasta el punto de formar el lema de toda su vida, el que ya lo fue de San Francisco de Sales: «Da mihi ánimas, cœ́tera tolle» (Dadme almas y llevaos todo lo demás).
Una sola cosa es necesaria, solía decir: salvar el alma. Este era el gran pensamiento que acostumbraba recordar a todos: a los jóvenes y a los viejos, a los pobres y a los ricos, a los poderosos del mundo y a los sacerdotes mismos. Este era el primer saludo que dirigía a un niño recién entrado en el colegio, y la recomendación diaria que le hacia mientras veía que no se daba bien cuenta de la importancia de este negocio, y era también la ultima que le repetía, cuando definitivamente partía del Oratorio. Cuando después de años y años lo volvía a encontrar, con franqueza apostólica le repetía lo mismo.
«Dos cosas solas son las que yo temo (acostumbraba a decir): El pecado que da muerte al alma, y la muerte temporal que sorprende al que se encuentra en desgracia de Dios». Hablando del deseo que tenía de salvar el alma de sus niños, llegó a decir: «Si yo tuviese tanto cuidado por el bien de mi alma, cuanto pongo por el alma de los demás, podría estar seguro de salvarme». «Todo lo daría –decía en otra ocasión– con tal de ganar el corazón de los niños, para podérselo regalar al Señor».
Cuando le decían que no arruinase su salud con tan intenso e incesante trabajo, exclamaba: «Haced que el demonio deje de engañar a tantos pobres niños y yo dejaré de sacrificarme por ellos. Pero mientras el demonio busque nuevos ardides para perder las almas, no dejaré yo de intentar nuevos medios para salvarlas». Estaba tan penetrado del lugar que en esta batalla contra el demonio le había señalado Dios, que en esto parecía olvidarse de la habitual humildad y moderación que ponía en sus palabras.
«Cuando muera Don Bosco –decía en una ocasión a don Joaquín Berto–, la gente dirá: “¡Pobrecito! También a él le ha tocado morir”; pero el que hará fiesta y se alegrará mucho será el demonio que dirá: “ha desaparecido aquel que me ha hecho tanta guerra y trastornaba mis obras”». Esta era toda la gloria de San Juan Bosco: desbaratar los planes del demonio y sus malvadas empresas, arrebatándole muchas almas para entregárselas al Señor.
Escribiendo al superior de sus misioneros de América les decía: «Haz llegar al oído de nuestros hermanos en religión estas palabras: nosotros queremos almas, y nada más que almas. ¡Ah Señor!, dadnos, si queréis, cruces, espinas y persecuciones de todo género con tal que podamos salvar almas, y entre ellas la nuestra».
No nos mostremos indiferentes en esta gran empresa de la salvación de las almas. Imitemos a nuestro Santo con nuestras oraciones y esfuerzo personal o con nuestro óbolo generoso, dando parte de nuestros bienes. La recompensa será grande sobremanera.
EJEMPLO: UNA APISONADORA QUE SE HACE LIGERA COMO UNA PLUMA.
De un documento público, autorizado y firmado por el notario don Domingo Misté, extractamos el siguiente relato:
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Tú que amaste con amor inefable a todas las almas, y que para salvarlas enviaste a tus hijos hasta los últimos confines de la tierra, haz que también nosotros pensemos continuamente en la salvación de nuestras almas, y cooperemos con todos los medios posibles a salvar tantos pobres hermanos nuestros. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CELO DE SAN JUAN BOSCO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.
La salvación de las almas es una empresa tan alta y tan sublime, que ella sola constituye todo el objeto de la obra de la redención. Para llevarla a cabo encarnó, padeció y murió el Hijo de Dios. El oficio más alto y más divino que hay es cooperar con Dios a la salvación de las almas. Más estima Dios esta obra que crear los cielos y la tierra, porque estos solo los creó con su palabra; pero la conversión de un alma fue a costa de su sangre y vida.
A esta grande empresa se dedicó San Juan Bosco con todo el ardor de su corazón, hasta el punto de formar el lema de toda su vida, el que ya lo fue de San Francisco de Sales: «Da mihi ánimas, cœ́tera tolle» (Dadme almas y llevaos todo lo demás).
Una sola cosa es necesaria, solía decir: salvar el alma. Este era el gran pensamiento que acostumbraba recordar a todos: a los jóvenes y a los viejos, a los pobres y a los ricos, a los poderosos del mundo y a los sacerdotes mismos. Este era el primer saludo que dirigía a un niño recién entrado en el colegio, y la recomendación diaria que le hacia mientras veía que no se daba bien cuenta de la importancia de este negocio, y era también la ultima que le repetía, cuando definitivamente partía del Oratorio. Cuando después de años y años lo volvía a encontrar, con franqueza apostólica le repetía lo mismo.
«Dos cosas solas son las que yo temo (acostumbraba a decir): El pecado que da muerte al alma, y la muerte temporal que sorprende al que se encuentra en desgracia de Dios». Hablando del deseo que tenía de salvar el alma de sus niños, llegó a decir: «Si yo tuviese tanto cuidado por el bien de mi alma, cuanto pongo por el alma de los demás, podría estar seguro de salvarme». «Todo lo daría –decía en otra ocasión– con tal de ganar el corazón de los niños, para podérselo regalar al Señor».
Cuando le decían que no arruinase su salud con tan intenso e incesante trabajo, exclamaba: «Haced que el demonio deje de engañar a tantos pobres niños y yo dejaré de sacrificarme por ellos. Pero mientras el demonio busque nuevos ardides para perder las almas, no dejaré yo de intentar nuevos medios para salvarlas». Estaba tan penetrado del lugar que en esta batalla contra el demonio le había señalado Dios, que en esto parecía olvidarse de la habitual humildad y moderación que ponía en sus palabras.
«Cuando muera Don Bosco –decía en una ocasión a don Joaquín Berto–, la gente dirá: “¡Pobrecito! También a él le ha tocado morir”; pero el que hará fiesta y se alegrará mucho será el demonio que dirá: “ha desaparecido aquel que me ha hecho tanta guerra y trastornaba mis obras”». Esta era toda la gloria de San Juan Bosco: desbaratar los planes del demonio y sus malvadas empresas, arrebatándole muchas almas para entregárselas al Señor.
Escribiendo al superior de sus misioneros de América les decía: «Haz llegar al oído de nuestros hermanos en religión estas palabras: nosotros queremos almas, y nada más que almas. ¡Ah Señor!, dadnos, si queréis, cruces, espinas y persecuciones de todo género con tal que podamos salvar almas, y entre ellas la nuestra».
No nos mostremos indiferentes en esta gran empresa de la salvación de las almas. Imitemos a nuestro Santo con nuestras oraciones y esfuerzo personal o con nuestro óbolo generoso, dando parte de nuestros bienes. La recompensa será grande sobremanera.
EJEMPLO: UNA APISONADORA QUE SE HACE LIGERA COMO UNA PLUMA.
De un documento público, autorizado y firmado por el notario don Domingo Misté, extractamos el siguiente relato:
El 24 de septiembre de 1933, se colocó solemnemente en el patio llamado de la Inmaculada del Oratorio de Valdagno (Italia), en una hornacina expresamente preparada, una estatua de San Juan Bosco, para que desde ella ejerza su protección sobre los jóvenes que, en número de mil, frecuentan dicho oratorio para recrearse y educarse.
El martes, día 26 del mismo mes, a las cuatro de la tarde, San Juan Bosco se dignó dar una prueba de su particular benevolencia hacia los niños valdañeses, cuyo patrocinio ha aceptado de modo evidente, interviniendo en el hecho que vamos a referir y que, dentro de las leyes naturales no tiene explicación posible.
Un numeroso grupo de niños hallábase, a dicha hora, recreándose en el patio, y haciendo rodar, a todo correo, un pesado cilindro de granito, de los que se emplean para apisonar la tierra, con cuyo objeto había sido dejado allí por algunos operarios.
Mientras velozmente era arrastrada la apisonadora, el niño Alfredo Tirapelle, de 9 años de edad, cayó de bruces en el suelo, de tal manera que la pesada mole rodó por encima de todo su cuerpecito, de pies a cabeza, pero sin ocasionarle la mas pequeña lesión.
Es evidente que alguna fuerza misteriosa hubo de aligerar o suspender en aquel momento el peso de la pesada mole, para que no fuese aplastado el vientre y fracturado el cráneo de la infeliz criatura.
Apenas hubo pasado la ingente mole de piedra sobre el frágil cuerpo del niño, y cuando temían todos los presentes con natural angustia que hubiese quedado destrozado, vieron que la criatura se levantaba tranquilamente, que corría a tomar un poco de agua y volvía luego a jugar a la cuerda con sus compañeros.
El niño Tirapelle declara que no sintió en el momento nada que hiciese presión sobre su cuerpo, pareciéndole que había sido tocado por un objeto ligero. Dice, además, que es devoto de San Juan Bosco; que el día anterior, sábado, había hecho la santa comunión y que al caer debajo de la piedra pensó en el santo.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Tú que amaste con amor inefable a todas las almas, y que para salvarlas enviaste a tus hijos hasta los últimos confines de la tierra, haz que también nosotros pensemos continuamente en la salvación de nuestras almas, y cooperemos con todos los medios posibles a salvar tantos pobres hermanos nuestros. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO– 26 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: SAN JUAN BOSCO, PADRE Y MAESTRO DE LA JUVENTUD.
El educador es un verdadero apóstol puesto que, como los apóstoles ha recibido la divina misión de enseñar. La salvación del hombre depende principalmente de la educación recibida en la niñez. En el fondo del corazón de cada niño ha depositado Dios el germen de la felicidad eterna; si una mano experta no lo cultiva cuidadosamente, prevalecerán los vicios y ahogaran las virtudes, que son las únicas que pueden darle la paz en esta vida y la dicha eterna en la otra.
Es, pues, la educación de la juventud la obra de celo por excelencia. A ella fue llamado expresamente nuestro santo con divina vocación, desde sus más tiernos años. Quiso además Dios y así se manifestó en repetidas visiones, que no solamente él se dedicase a esta tan grande obra de celo, sino que fuese el fundador de dos congregaciones religiosas que perpetuasen su apostolado a favor de la juventud.
Este apostolado no es nuevo en la Iglesia; ya otros educadores y otros santos se dedicaron antes que él a este ministerio. Pero San Juan Bosco se distinguió entre todos, no por la novedad del apostolado, sino por la novedad del método. Hacer del ambiente un ambiente familiar, donde el jovencito entre los mismos cuidados, el mismo afecto, la misma asistenta que hay en el seno de la familia cristiana; unirse a los niños con una entrega completa de si mismo; participar de sus diversiones para vivir su vida misma; amar todo lo que ellos aman para ganarse su mente y corazón con el fin de dulce y fuertemente hacia el bien, fue la feliz innovación que trajo San Juan Bosco al campo de la Pedagogía.
En cada casa Salesiana todos deben formar un solo corazón y una sola alma; el que la dirige es el padre, los demás superiores son otros tantos hermanos y los alumnos son los hermanos menores. El afecto y la confianza unen a los miembros de esta familia. Los unos por vocación y espíritu de sacrificio, educan paternalmente, y los otros, por fácil correspondencia son verdaderos hijos guiados únicamente por el amor. Amar sinceramente a los niños y hacerse amar de ellos, he aquí la gran máxima de San Juan Bosco. Cuando el alumno se convence que los superiores y maestros lo aman y que todos sus cuidados están dirigidos exclusivamente en su bien espiritual y corporal, no solo corresponderá a su amor, sino que temerá desagradarlos.
En todo esto, nuestro santo no hacia otra cosa que reproducir en pleno siglo XIX la célebre página del Evangelio en que Jesús nos describe el buen pastor que conoce a sus ovejas y camina delante de ellas, que no huye a la llegada del lobo, que no descansa sino cuando todas las ovejas están al reparo, y que día por día, hora por hora, les prodiga toda su vida.
En este sistema de educación se trata de poner en práctica la inspirada pagina de San Pablo en que exalta la divina belleza de la caridad de nuestro Señor Jesucristo, cuando dice: «La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo». Solo el que este animado de gran celo y de verdadero espíritu de sacrificio podrá cumplir exactamente ese ministerio sublime. Este sistema establece entre el educador y el alumno un contacto íntimo, familiar, del cual brota parte del alumno un cordial y sincero abandono en manos de su preceptor.
Por esto es que en las casas salesianas se ven juntos en recreos y paseos, en el estudio y en la capilla maestros y alumnos; la autoridad baja de su cátedra y se pone, sin comprometerse, al nivel del joven y lo rodea de una vigilancia asidua y afectuosa. Es el sistema que rompe inexorablemente todas las barreras que un respeto mal entendido quisiera que levantasen entre maestros y alumnos. En una palabra, el maestro se hace todo para todos, para conquistar los jóvenes para Jesucristo. Así lo consignó nuestro santo en una carta que escribió a sus hijos desde Roma, después de una de las visiones que mas claramente determinan su sistema educativo. Decía: «mi pedagogía es hija del amor».
Contribuyamos con nuestras oraciones y limosnas a esta grande obra de regeneración social cristiana, cooperando a las obras de don Bosco.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: SAN JUAN BOSCO, PADRE Y MAESTRO DE LA JUVENTUD.
El educador es un verdadero apóstol puesto que, como los apóstoles ha recibido la divina misión de enseñar. La salvación del hombre depende principalmente de la educación recibida en la niñez. En el fondo del corazón de cada niño ha depositado Dios el germen de la felicidad eterna; si una mano experta no lo cultiva cuidadosamente, prevalecerán los vicios y ahogaran las virtudes, que son las únicas que pueden darle la paz en esta vida y la dicha eterna en la otra.
Es, pues, la educación de la juventud la obra de celo por excelencia. A ella fue llamado expresamente nuestro santo con divina vocación, desde sus más tiernos años. Quiso además Dios y así se manifestó en repetidas visiones, que no solamente él se dedicase a esta tan grande obra de celo, sino que fuese el fundador de dos congregaciones religiosas que perpetuasen su apostolado a favor de la juventud.
Este apostolado no es nuevo en la Iglesia; ya otros educadores y otros santos se dedicaron antes que él a este ministerio. Pero San Juan Bosco se distinguió entre todos, no por la novedad del apostolado, sino por la novedad del método. Hacer del ambiente un ambiente familiar, donde el jovencito entre los mismos cuidados, el mismo afecto, la misma asistenta que hay en el seno de la familia cristiana; unirse a los niños con una entrega completa de si mismo; participar de sus diversiones para vivir su vida misma; amar todo lo que ellos aman para ganarse su mente y corazón con el fin de dulce y fuertemente hacia el bien, fue la feliz innovación que trajo San Juan Bosco al campo de la Pedagogía.
En cada casa Salesiana todos deben formar un solo corazón y una sola alma; el que la dirige es el padre, los demás superiores son otros tantos hermanos y los alumnos son los hermanos menores. El afecto y la confianza unen a los miembros de esta familia. Los unos por vocación y espíritu de sacrificio, educan paternalmente, y los otros, por fácil correspondencia son verdaderos hijos guiados únicamente por el amor. Amar sinceramente a los niños y hacerse amar de ellos, he aquí la gran máxima de San Juan Bosco. Cuando el alumno se convence que los superiores y maestros lo aman y que todos sus cuidados están dirigidos exclusivamente en su bien espiritual y corporal, no solo corresponderá a su amor, sino que temerá desagradarlos.
En todo esto, nuestro santo no hacia otra cosa que reproducir en pleno siglo XIX la célebre página del Evangelio en que Jesús nos describe el buen pastor que conoce a sus ovejas y camina delante de ellas, que no huye a la llegada del lobo, que no descansa sino cuando todas las ovejas están al reparo, y que día por día, hora por hora, les prodiga toda su vida.
En este sistema de educación se trata de poner en práctica la inspirada pagina de San Pablo en que exalta la divina belleza de la caridad de nuestro Señor Jesucristo, cuando dice: «La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo». Solo el que este animado de gran celo y de verdadero espíritu de sacrificio podrá cumplir exactamente ese ministerio sublime. Este sistema establece entre el educador y el alumno un contacto íntimo, familiar, del cual brota parte del alumno un cordial y sincero abandono en manos de su preceptor.
Por esto es que en las casas salesianas se ven juntos en recreos y paseos, en el estudio y en la capilla maestros y alumnos; la autoridad baja de su cátedra y se pone, sin comprometerse, al nivel del joven y lo rodea de una vigilancia asidua y afectuosa. Es el sistema que rompe inexorablemente todas las barreras que un respeto mal entendido quisiera que levantasen entre maestros y alumnos. En una palabra, el maestro se hace todo para todos, para conquistar los jóvenes para Jesucristo. Así lo consignó nuestro santo en una carta que escribió a sus hijos desde Roma, después de una de las visiones que mas claramente determinan su sistema educativo. Decía: «mi pedagogía es hija del amor».
Contribuyamos con nuestras oraciones y limosnas a esta grande obra de regeneración social cristiana, cooperando a las obras de don Bosco.
EJEMPLO: DON BOSCO CURA A UNA RELIGIOSA.
Sor Provina Negro, perteneciente a la casa de Hijas de Maria Auxiliadora de Giaveno, tenía una ulcera gástrica, que solo pudo diagnosticarse cuándo no había remedio para tan terrible mal. Los dos meses que estuvo en Turín enferma sometida a tratamiento medico, fueron dos meses de atroces sufrimientos. No podía tragar ni siquiera una gota de líquido; la lengua y el paladar parecían como de leña seca; no le era posible movimiento alguno; decir una sola palabra le producía un tormento indecible, y abrir las manos una conmoción dolorosísima. Ya parecían perdidas para siempre las últimas ilusiones, a las que tenazmente se aferra el amor instintivo a la vida.
Pues bien, entonces precisamente se despertó en la atribulada alma de la abatida paciente la fe conmovedora de las grandes crisis del dolor, para obtener de San Juan Bosco el remedio que la ciencia médica impotente le negaba. Ardientes súplicas salieron de su corazón impetrando del buen padre la curación suspirada; y a ellas por fin, puso por remate un rasgo de energía y admirable resolución: con el supremo esfuerzo que le prestó una ciega confianza en la bondad y valimiento del santo, hizo una bolita de la estampa del siervo de Dios, que tenía entre las manos; y después de breve oración y sin preocuparse de la prohibición de tragar cosa alguna, rápidamente la hizo pasar por la garganta.
Un pujante estremecimiento de vida la sacudió en el instante mismo; sintió como si una oleada de calor vital de la cabeza a los pies la inundase. Y entonces gritó clamorosa: «¡Estoy curada, estoy curada!». Llorando de emoción se movía y revolvía sin experimentar la más leve molestia. Intento abandonar el lecho, y se sostuvo perfectamente; trato de andar y anduvo con firmeza. Aquella noche le pareció eterna. Al toque de levantarse se lavó, arreglo su lecho y los objetos de uso personal, y salio para asistir a la misa de la comunidad. ¡Cuánto costó vencer la prudente incredulidad de sus superioras y hermanas! Pero, finalmente triunfó de la incertidumbre que presentaba lo ocurrido como si fuera efecto de una simple efímera sugestión. La instantánea curación, entonces completa, se conservó después.
ORACIÓN
Oh Dios, que revestiste a tu siervo Juan Bosco de los esplendores de tu divina paternidad y le diste un corazón capaz de amar a toda la juventud de la tierra, haz que por sus oraciones y por sus meritos, los jóvenes cristianos sigan los caminos de santidad por él trazados, y los pobres jóvenes paganos entren en el redil de Jesucristo, que ha dicho: «Dejad a los pequeñuelos que vengan a Mí». Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Sor Provina Negro, perteneciente a la casa de Hijas de Maria Auxiliadora de Giaveno, tenía una ulcera gástrica, que solo pudo diagnosticarse cuándo no había remedio para tan terrible mal. Los dos meses que estuvo en Turín enferma sometida a tratamiento medico, fueron dos meses de atroces sufrimientos. No podía tragar ni siquiera una gota de líquido; la lengua y el paladar parecían como de leña seca; no le era posible movimiento alguno; decir una sola palabra le producía un tormento indecible, y abrir las manos una conmoción dolorosísima. Ya parecían perdidas para siempre las últimas ilusiones, a las que tenazmente se aferra el amor instintivo a la vida.
Pues bien, entonces precisamente se despertó en la atribulada alma de la abatida paciente la fe conmovedora de las grandes crisis del dolor, para obtener de San Juan Bosco el remedio que la ciencia médica impotente le negaba. Ardientes súplicas salieron de su corazón impetrando del buen padre la curación suspirada; y a ellas por fin, puso por remate un rasgo de energía y admirable resolución: con el supremo esfuerzo que le prestó una ciega confianza en la bondad y valimiento del santo, hizo una bolita de la estampa del siervo de Dios, que tenía entre las manos; y después de breve oración y sin preocuparse de la prohibición de tragar cosa alguna, rápidamente la hizo pasar por la garganta.
Un pujante estremecimiento de vida la sacudió en el instante mismo; sintió como si una oleada de calor vital de la cabeza a los pies la inundase. Y entonces gritó clamorosa: «¡Estoy curada, estoy curada!». Llorando de emoción se movía y revolvía sin experimentar la más leve molestia. Intento abandonar el lecho, y se sostuvo perfectamente; trato de andar y anduvo con firmeza. Aquella noche le pareció eterna. Al toque de levantarse se lavó, arreglo su lecho y los objetos de uso personal, y salio para asistir a la misa de la comunidad. ¡Cuánto costó vencer la prudente incredulidad de sus superioras y hermanas! Pero, finalmente triunfó de la incertidumbre que presentaba lo ocurrido como si fuera efecto de una simple efímera sugestión. La instantánea curación, entonces completa, se conservó después.
ORACIÓN
Oh Dios, que revestiste a tu siervo Juan Bosco de los esplendores de tu divina paternidad y le diste un corazón capaz de amar a toda la juventud de la tierra, haz que por sus oraciones y por sus meritos, los jóvenes cristianos sigan los caminos de santidad por él trazados, y los pobres jóvenes paganos entren en el redil de Jesucristo, que ha dicho: «Dejad a los pequeñuelos que vengan a Mí». Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SEXTO – 27 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: LO SOBRENATURAL EN SAN JUAN BOSCO.
Pocos siglos como el XIX atentaron con tanta saña contra el reinado social de Jesucristo y dijeron con tanto cinismo: no queremos que este reine sobre nosotros. No se quiere oír hablar de lo sobrenatural y de los misterios. Todo debe ser sometido al fallo de la razón, y no se debe admitir lo que supera la capacidad de la mente humana. Llegó el hombre en su desvarío hasta querer apagar las estrellas del cielo y borrar el nombre de Dios de la vida individual y social.
En medio de tanto delirio, se levanta Juan Bosco y hace resplandecer sobre las ruinas humeantes de la impiedad y del indiferentismo más desolador la luz de Dios y la realidad de lo sobrenatural. Los milagros obrados por él a cada paso, los hechos extraordinarios que rodeaban su persona, el dominio que ejercía sobre los corazones y la persuasión que todos tenían de que era un baluarte inexpugnable de la fe que se quería demoler, lo presentaban a los ojos de todos como un mensajero de Dios. La vida de San Juan Bosco no era más que la voz augusta de Dios, que hablaba al siglo XIX, indiferente y escéptico, el lenguaje de los milagros.
Lo sobrenatural, que no es una cosa tan común en las contingencias de la vida humana, y que aún en la vida de muchos santos se nos presenta como una rareza y una excepción, en San Juan Bosco se hizo tan frecuente, que parecía en él como ordinario y natural. Dios Nuestro Señor quiso embellecer como con una aureola divina el heroísmo y los sacrificios de San Juan Bosco, sirviéndose de él para resucitar muertos, curar enfermedades, escudriñar los secretos de los corazones, conocer las cosas lejanas, leer el porvenir, hablar con los muertos, hacer descender la lluvia de las nubes para fecundizar la tierra, multiplicar los alimentos y las hostias del tabernáculo. De todos estos prodigios adorno el Señor la vida de su fiel sirvo; y se podrían citar hechos de cada uno de ellos y de algunos una serie interminable.
Estaban todos tan convencidos en el Oratorio de que Don Bosco conocía los pecados ocultos, que algunos niños, que por el temor de que se los leyese en la frente, no se atrevían a acercarse a él, y si por necesidad tenían que estar en su presencia, ponían la gorra delante de la cara o bajaban los cabellos para que les cubriese la frente, como si esto fuese suficiente para encubrir la propia conciencia. Cuando estaba lejos del Oratorio, conocía con precisión todo lo que pasaba en él, aún las cosas que no advertían los mismos superiores.
Si se hubiesen de referir todas las profecías de San Juan Bosco, que tuvieron exacto cumplimiento, se necesitaría un grueso volumen. Predijo públicos acontecimientos y la muerte inminente de grandes personajes; por muchos años no murió alguno en el Oratorio sin que él predijese su muerte algún tiempo antes. Demos gracias al Dios omnipotente que así quiso mostrarse admirable en su fiel siervo Don Bosco.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: LO SOBRENATURAL EN SAN JUAN BOSCO.
Pocos siglos como el XIX atentaron con tanta saña contra el reinado social de Jesucristo y dijeron con tanto cinismo: no queremos que este reine sobre nosotros. No se quiere oír hablar de lo sobrenatural y de los misterios. Todo debe ser sometido al fallo de la razón, y no se debe admitir lo que supera la capacidad de la mente humana. Llegó el hombre en su desvarío hasta querer apagar las estrellas del cielo y borrar el nombre de Dios de la vida individual y social.
En medio de tanto delirio, se levanta Juan Bosco y hace resplandecer sobre las ruinas humeantes de la impiedad y del indiferentismo más desolador la luz de Dios y la realidad de lo sobrenatural. Los milagros obrados por él a cada paso, los hechos extraordinarios que rodeaban su persona, el dominio que ejercía sobre los corazones y la persuasión que todos tenían de que era un baluarte inexpugnable de la fe que se quería demoler, lo presentaban a los ojos de todos como un mensajero de Dios. La vida de San Juan Bosco no era más que la voz augusta de Dios, que hablaba al siglo XIX, indiferente y escéptico, el lenguaje de los milagros.
Lo sobrenatural, que no es una cosa tan común en las contingencias de la vida humana, y que aún en la vida de muchos santos se nos presenta como una rareza y una excepción, en San Juan Bosco se hizo tan frecuente, que parecía en él como ordinario y natural. Dios Nuestro Señor quiso embellecer como con una aureola divina el heroísmo y los sacrificios de San Juan Bosco, sirviéndose de él para resucitar muertos, curar enfermedades, escudriñar los secretos de los corazones, conocer las cosas lejanas, leer el porvenir, hablar con los muertos, hacer descender la lluvia de las nubes para fecundizar la tierra, multiplicar los alimentos y las hostias del tabernáculo. De todos estos prodigios adorno el Señor la vida de su fiel sirvo; y se podrían citar hechos de cada uno de ellos y de algunos una serie interminable.
Estaban todos tan convencidos en el Oratorio de que Don Bosco conocía los pecados ocultos, que algunos niños, que por el temor de que se los leyese en la frente, no se atrevían a acercarse a él, y si por necesidad tenían que estar en su presencia, ponían la gorra delante de la cara o bajaban los cabellos para que les cubriese la frente, como si esto fuese suficiente para encubrir la propia conciencia. Cuando estaba lejos del Oratorio, conocía con precisión todo lo que pasaba en él, aún las cosas que no advertían los mismos superiores.
Si se hubiesen de referir todas las profecías de San Juan Bosco, que tuvieron exacto cumplimiento, se necesitaría un grueso volumen. Predijo públicos acontecimientos y la muerte inminente de grandes personajes; por muchos años no murió alguno en el Oratorio sin que él predijese su muerte algún tiempo antes. Demos gracias al Dios omnipotente que así quiso mostrarse admirable en su fiel siervo Don Bosco.
EJEMPLO: SAN JUAN BOSCO DEVUELVE LA SALUD A UNA JOVEN.
Hacía ya veintinueve meses, en marzo de 1921, la enferma Teresa Callegari yacía en el hospital cívico de San Juan cerca de Piacenza, atormentada de males y más males. Primeramente, padeció de una artritis aguda postinfecciosa, que se concentro en la rodilla izquierda y en las vértebras; después de bronquitis crónica, enterocolitis y marasmo. Nadie preveía la mas remota posibilidad de salvarla, cuando, en buena hora, las religiosas que la asistían, conocedoras por haberlo leído en la vida de Don Bosco, de un caso idéntico, que se resolvió prodigiosamente después de una bendición del siervo de Dios, hablaron de ello a la enferma. Esta, que no sabía nada de Don Bosco, tuvo la inspiración de encomendarse a él. Inmediatamente comenzó una novena con comunión diaria, a este fin, del cual participaron también algunas compañeras de sala; pero los dolores de los hombros, de las piernas y de los brazos, en vez de disminuir, crecieron fuera de la medida de lo soportable, y tanto, que la pobre mujer convencida de no alcanzar la gracia, conjuraba a Don Bosco para que la librase de tan terribles tormentos, haciéndola morir.
Entonces se presenta el capellán y la invita a comenzar otra vez la novena. Al octavo día, 16 de julio, la enferma iba de mal en peor hasta temer un fatal desenlace; las religiosas preparaban todo lo necesario para la extremaunción y tenían dispuesto el vestido conveniente para amortajarla. Pero ya estaba próxima la hora señalada por Dios para glorificar a su fiel siervo Don Bosco.
Sonaron las cuatro de la madrugada. La enferma que tenía vuelta la mirada hacia el lado izquierdo, vio que se acercaba un sacerdote de mediana estatura, vestido de negro y con los brazos cruzados. Estando ya a su lado, le preguntó: «¿Cómo estás?». Y ella sorprendida exclamo: «¡Ah!..». El sacerdote insistió: «¡Levántate!». Respondiéndole: «No me es posible». Entonces aquél en piamontés añadió: «Mueve las piernas». La enferma, que no había visto nunca un retrato de don Bosco, y que no entendía el piamontés, comprendió sin embargo, que debía mover las piernas. Intentó hacerlo y ambas obedecieron; y las rodillas rígidas después de tanto tiempo, se doblaron. Al instante gritó: «¡Hermana, hermana, muevo las piernas!». La hermana acercándose enseguida exclamó: «¿Teresa, estás loca? ¿Es posible?». Pero como la religiosa fuese corriendo, le dijo a Teresa: «¡Poco a poco, que vas a tropezar con Don Bosco!». No tuvo tiempo para acabar la frase, porque vio que el sacerdote levantaba las manos con las palmas vueltas hacia ella y sonriendo siempre, retrocedió y se marchó.
Cuando se rehizo del estupor, al sentirse dueña de sus miembros, se incorporó y se sentó en el lecho, entre las exclamaciones se las hermanas y de las enfermas atónitas.
ORACIÓN
Oh Jesús, que en medio de un siglo descreído y materialista, rodeaste la persona de San Juan Bosco de vuestra divina luz, haciendo en él tan frecuente lo sobrenatural, que parecía lo ordinario de su vida: concédenos, por su mediación, la gracia de poderte conocer y hacer que otros te conozcan, de poderte amar y hacer que otros te amen, de la manera más perfecta que le sea posible a una pobre criatura. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Hacía ya veintinueve meses, en marzo de 1921, la enferma Teresa Callegari yacía en el hospital cívico de San Juan cerca de Piacenza, atormentada de males y más males. Primeramente, padeció de una artritis aguda postinfecciosa, que se concentro en la rodilla izquierda y en las vértebras; después de bronquitis crónica, enterocolitis y marasmo. Nadie preveía la mas remota posibilidad de salvarla, cuando, en buena hora, las religiosas que la asistían, conocedoras por haberlo leído en la vida de Don Bosco, de un caso idéntico, que se resolvió prodigiosamente después de una bendición del siervo de Dios, hablaron de ello a la enferma. Esta, que no sabía nada de Don Bosco, tuvo la inspiración de encomendarse a él. Inmediatamente comenzó una novena con comunión diaria, a este fin, del cual participaron también algunas compañeras de sala; pero los dolores de los hombros, de las piernas y de los brazos, en vez de disminuir, crecieron fuera de la medida de lo soportable, y tanto, que la pobre mujer convencida de no alcanzar la gracia, conjuraba a Don Bosco para que la librase de tan terribles tormentos, haciéndola morir.
Entonces se presenta el capellán y la invita a comenzar otra vez la novena. Al octavo día, 16 de julio, la enferma iba de mal en peor hasta temer un fatal desenlace; las religiosas preparaban todo lo necesario para la extremaunción y tenían dispuesto el vestido conveniente para amortajarla. Pero ya estaba próxima la hora señalada por Dios para glorificar a su fiel siervo Don Bosco.
Sonaron las cuatro de la madrugada. La enferma que tenía vuelta la mirada hacia el lado izquierdo, vio que se acercaba un sacerdote de mediana estatura, vestido de negro y con los brazos cruzados. Estando ya a su lado, le preguntó: «¿Cómo estás?». Y ella sorprendida exclamo: «¡Ah!..». El sacerdote insistió: «¡Levántate!». Respondiéndole: «No me es posible». Entonces aquél en piamontés añadió: «Mueve las piernas». La enferma, que no había visto nunca un retrato de don Bosco, y que no entendía el piamontés, comprendió sin embargo, que debía mover las piernas. Intentó hacerlo y ambas obedecieron; y las rodillas rígidas después de tanto tiempo, se doblaron. Al instante gritó: «¡Hermana, hermana, muevo las piernas!». La hermana acercándose enseguida exclamó: «¿Teresa, estás loca? ¿Es posible?». Pero como la religiosa fuese corriendo, le dijo a Teresa: «¡Poco a poco, que vas a tropezar con Don Bosco!». No tuvo tiempo para acabar la frase, porque vio que el sacerdote levantaba las manos con las palmas vueltas hacia ella y sonriendo siempre, retrocedió y se marchó.
Cuando se rehizo del estupor, al sentirse dueña de sus miembros, se incorporó y se sentó en el lecho, entre las exclamaciones se las hermanas y de las enfermas atónitas.
ORACIÓN
Oh Jesús, que en medio de un siglo descreído y materialista, rodeaste la persona de San Juan Bosco de vuestra divina luz, haciendo en él tan frecuente lo sobrenatural, que parecía lo ordinario de su vida: concédenos, por su mediación, la gracia de poderte conocer y hacer que otros te conozcan, de poderte amar y hacer que otros te amen, de la manera más perfecta que le sea posible a una pobre criatura. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 28 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CONFIANZA DE SAN JUAN BOSCO EN LA DIVINA PROVIDENCIA.
No se cansa Dios en las Sagradas Escrituras de asegurarnos la continua protección que nos dispensa. Dice que estará siempre con nosotros, que no nos abandonará nunca, que nos tiene escritos en sus manos, que si es posible que una madre se olvide de su hijo chiquito, en Él no tendrá lugar tal olvido. «Buscad, dice, el reino de Dios y su Justicia, todo lo demás se os dará por añadidura». En vista de esto, exclama San Pedro: «Poned toda vuestra solicitud en el Señor, porque Él tiene cuidado de vosotros».
A pesar de ser tan terminales estas aseveraciones del Señor, no nos acabamos de resolver a arrojarnos en los brazos amorosos del Padre celestial; todo nos causa turbación e inquietud, olvidando que vivimos bajo el manto amoroso de la Divina Providencia. Los santos no incurrieron en este error; precisamente la confianza en Dios es uno de sus distintivos; sin ella no puede haber verdadera santidad.
San Juan Bosco tuvo en alto grado esa confianza; es el santo de la calma imperturbable y del abandono absoluto en las manos de Dios. Con frecuencia repetía: «Don Bosco es pobre, pero Dios lo puede todo. El que tiene cuidado de los pajarillos del cielo nos dará lo que necesitamos». «Ah, gente de poca fe –decía a los que lo dudaban–, ¿Cuándo nos ha faltado algo? Con la ayuda de esta amorosa Providencia, hemos podido edificar iglesias, fundar casas, proveerlas de todo lo necesario y alimentar a nuestros numerosos asilados; de esta obra, Don Bosco no es más que un humilde instrumento, el artífice es Dios. Toca pues al artífice, y no al instrumento proveer los medios necesarios y consolidar la obra; nosotros debemos solamente mostrarnos dóciles, dejándonos manejar por el artífice».
El porvenir no le preocupaba, las deudas no lo abrumaban, las urgentes necesidades lo mantenían en una calma perfecta de espíritu, porque confiaba firmemente en aquel Dios que nos manda decirle todos los días: «el pan nuestro de cada día dánosle hoy». Dios nunca se retiró de su fiel siervo; no esperó en vano en el Señor; a tiempo oportuno, cuando faltaban los socorros humanos, llegaba el auxilio divino, por medios inesperados y prodigiosos. «Orad –decía a los niños cuando ocurría alguna necesidad– y el que pueda recibir la santa comunión; necesito conseguir una gracia de la Virgen, ya os diré cual es». En efecto: a los pocos días les decía: «La Santísima Virgen hoy mismo nos ha obtenido el señalado favor que le pedimos, démosle gracias y continuemos nuestras oraciones, que el Señor no nos abandonará jamás».
Estando en una ocasión hospedado con su secretario don Carlos María Viglietti en el palacio episcopal de Pinerolo, vino un criado a traerle dos cartas; don Bosco las leyó y se puso a llorar. Asustado el secretario le preguntó la causa del llanto. «¡Cuánto nos favorece la Virgen Santísima! (contestó). Mira: en esta carta se nos exige el pago del préstamo de unas treinta mil liras, y esta otra es de una noble señora de Bélgica, que nos manda treinta mil liras, para que las gastemos en lo que creamos de mayor gloria de Dios».
Son a centenares los hechos con que la Divina Providencia quiso pagar la confianza que el santo había puesto en la generosidad del Padre Celestial. A imitación de San Juan Bosco, pongamos nuestra confianza en Dios y experimentemos como él, los amorosos influjos de la Divina Providencia.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CONFIANZA DE SAN JUAN BOSCO EN LA DIVINA PROVIDENCIA.
No se cansa Dios en las Sagradas Escrituras de asegurarnos la continua protección que nos dispensa. Dice que estará siempre con nosotros, que no nos abandonará nunca, que nos tiene escritos en sus manos, que si es posible que una madre se olvide de su hijo chiquito, en Él no tendrá lugar tal olvido. «Buscad, dice, el reino de Dios y su Justicia, todo lo demás se os dará por añadidura». En vista de esto, exclama San Pedro: «Poned toda vuestra solicitud en el Señor, porque Él tiene cuidado de vosotros».
A pesar de ser tan terminales estas aseveraciones del Señor, no nos acabamos de resolver a arrojarnos en los brazos amorosos del Padre celestial; todo nos causa turbación e inquietud, olvidando que vivimos bajo el manto amoroso de la Divina Providencia. Los santos no incurrieron en este error; precisamente la confianza en Dios es uno de sus distintivos; sin ella no puede haber verdadera santidad.
San Juan Bosco tuvo en alto grado esa confianza; es el santo de la calma imperturbable y del abandono absoluto en las manos de Dios. Con frecuencia repetía: «Don Bosco es pobre, pero Dios lo puede todo. El que tiene cuidado de los pajarillos del cielo nos dará lo que necesitamos». «Ah, gente de poca fe –decía a los que lo dudaban–, ¿Cuándo nos ha faltado algo? Con la ayuda de esta amorosa Providencia, hemos podido edificar iglesias, fundar casas, proveerlas de todo lo necesario y alimentar a nuestros numerosos asilados; de esta obra, Don Bosco no es más que un humilde instrumento, el artífice es Dios. Toca pues al artífice, y no al instrumento proveer los medios necesarios y consolidar la obra; nosotros debemos solamente mostrarnos dóciles, dejándonos manejar por el artífice».
El porvenir no le preocupaba, las deudas no lo abrumaban, las urgentes necesidades lo mantenían en una calma perfecta de espíritu, porque confiaba firmemente en aquel Dios que nos manda decirle todos los días: «el pan nuestro de cada día dánosle hoy». Dios nunca se retiró de su fiel siervo; no esperó en vano en el Señor; a tiempo oportuno, cuando faltaban los socorros humanos, llegaba el auxilio divino, por medios inesperados y prodigiosos. «Orad –decía a los niños cuando ocurría alguna necesidad– y el que pueda recibir la santa comunión; necesito conseguir una gracia de la Virgen, ya os diré cual es». En efecto: a los pocos días les decía: «La Santísima Virgen hoy mismo nos ha obtenido el señalado favor que le pedimos, démosle gracias y continuemos nuestras oraciones, que el Señor no nos abandonará jamás».
Estando en una ocasión hospedado con su secretario don Carlos María Viglietti en el palacio episcopal de Pinerolo, vino un criado a traerle dos cartas; don Bosco las leyó y se puso a llorar. Asustado el secretario le preguntó la causa del llanto. «¡Cuánto nos favorece la Virgen Santísima! (contestó). Mira: en esta carta se nos exige el pago del préstamo de unas treinta mil liras, y esta otra es de una noble señora de Bélgica, que nos manda treinta mil liras, para que las gastemos en lo que creamos de mayor gloria de Dios».
Son a centenares los hechos con que la Divina Providencia quiso pagar la confianza que el santo había puesto en la generosidad del Padre Celestial. A imitación de San Juan Bosco, pongamos nuestra confianza en Dios y experimentemos como él, los amorosos influjos de la Divina Providencia.
EJEMPLO: CURACIÓN INSTANTÁNEA.
Catalina Pilenga Lafranchi padecía diátesis artrítica. El artritismo había interesado de modo especial pies y rodillas, con lesiones orgánicas y en forma gravísima, desde el aspecto funcional, aunque sin que peligrase su vida.
Habiendo resultado inútiles diversas curas que desde 1903 se le fueron aplicando, fue a Lourdes dos veces y no habiendo conseguido el efecto deseado ni siquiera la segunda vez, antes de abandonar el célebre santuario, en mayo de 1931, dirigió a la Santísima Virgen una suplica en estos términos: «Ya que aquí no he obtenido la salud, concededme al menos, por la devoción que tengo a Don Bosco, que sea él quien me la obtenga en Turín».
La invocación al santo y la confianza en la mediación universal de Maria, resultan aquí evidentes. Al regresar de Francia, hallándose la pobre enferma en el infeliz estado que se ha dicho, visitó la basílica de Maria Auxiliadora en Turín, el día seis de Mayo. Ayudada por una hermana suya y por el cochero, bajó del carruaje, entro en el templo, y sentóse para orar ante la urna que contiene el cuerpo de San Juan Bosco. Momentos después, pósese de rodillas y permanece así veinte minutos, se levanta, camina hacia el altar de la Virgen, y vuelve a arrodillarse.
Opérase entonces en su ánimo una fuerte reacción y dice que se siente curada. Así es en efecto; sin requerir ayuda de nadie y ante la estupefacción de todos los que la habían conocido imposibilitada, anda libremente por sus pies, baja las escaleras; sube al coche, todo sin la menor dificultad. Hasta el momento presente la curación sigue siendo perfecta, conforme acreditan los tres peritos de la Sagrada Congregación de Ritos, quienes de acuerdo con los médicos de la favorecida, han reconocido el milagro.
ORACIÓN
Oh bienaventurado Juan Bosco, que en medio de tantas pruebas y contradicciones, te mantuviste firme e inquebrantable y esperaste, contra toda esperanza humana, llevar a cabo la obra que el Señor te encomendó: Alcánzanos la gracia de que confiando cada vez más en la bondad misericordiosa de Jesús, descansemos seguros en sus amorosos brazos en el tiempo y en la eternidad. Así sea
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Catalina Pilenga Lafranchi padecía diátesis artrítica. El artritismo había interesado de modo especial pies y rodillas, con lesiones orgánicas y en forma gravísima, desde el aspecto funcional, aunque sin que peligrase su vida.
Habiendo resultado inútiles diversas curas que desde 1903 se le fueron aplicando, fue a Lourdes dos veces y no habiendo conseguido el efecto deseado ni siquiera la segunda vez, antes de abandonar el célebre santuario, en mayo de 1931, dirigió a la Santísima Virgen una suplica en estos términos: «Ya que aquí no he obtenido la salud, concededme al menos, por la devoción que tengo a Don Bosco, que sea él quien me la obtenga en Turín».
La invocación al santo y la confianza en la mediación universal de Maria, resultan aquí evidentes. Al regresar de Francia, hallándose la pobre enferma en el infeliz estado que se ha dicho, visitó la basílica de Maria Auxiliadora en Turín, el día seis de Mayo. Ayudada por una hermana suya y por el cochero, bajó del carruaje, entro en el templo, y sentóse para orar ante la urna que contiene el cuerpo de San Juan Bosco. Momentos después, pósese de rodillas y permanece así veinte minutos, se levanta, camina hacia el altar de la Virgen, y vuelve a arrodillarse.
Opérase entonces en su ánimo una fuerte reacción y dice que se siente curada. Así es en efecto; sin requerir ayuda de nadie y ante la estupefacción de todos los que la habían conocido imposibilitada, anda libremente por sus pies, baja las escaleras; sube al coche, todo sin la menor dificultad. Hasta el momento presente la curación sigue siendo perfecta, conforme acreditan los tres peritos de la Sagrada Congregación de Ritos, quienes de acuerdo con los médicos de la favorecida, han reconocido el milagro.
ORACIÓN
Oh bienaventurado Juan Bosco, que en medio de tantas pruebas y contradicciones, te mantuviste firme e inquebrantable y esperaste, contra toda esperanza humana, llevar a cabo la obra que el Señor te encomendó: Alcánzanos la gracia de que confiando cada vez más en la bondad misericordiosa de Jesús, descansemos seguros en sus amorosos brazos en el tiempo y en la eternidad. Así sea
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA OCTAVO – 29 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: MARÍA AUXILIADORA Y SAN JUAN BOSCO.
La devoción a María Santísima, invocada bajo el titulo de Auxiliadora del pueblo cristiano, es ya universal. Esta difusión milagrosa es una nueva prueba del patrocinio que la Madre de Dios continúa dispensando a sus hijos, y clara señal de que no nos faltará su valimiento en los difíciles tiempos que atravesamos. Según las revelaciones de los santos (como asegura el padre Federico Fáber CO), «los males que nos afligen no se remediarán sino con un acrecentamiento de la devoción a la Santísima Virgen».
Si esto es así, no estará lejos nuestra salud, ya que tanto ha progresado el amor a María mediante la advocación de Auxiliadora de los Cristianos. No cabe duda que esta devoción es del agrado de la Madre de Dios, ya que Ella misma la promovió, suscitando al apóstol que debía difundirla por toda la tierra. Este no es otro que San Juan Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesiana.
Empieza María a formar su apóstol, de edad de nueve años, mostrándole una multitud de animales feroces convertidos en mansos corderillos, diciéndole: «Esta será tu misión; lo que ves que sucede con estos animales, tu deberás hacerlo con mis hijos». Luego con nuevas ilustraciones le va detallando más la obra que le ha sido confiada y lo va encaminando al sacerdocio, allanando obstáculos casi insuperables. Ya sacerdote, en sucesivas misiones lo va guiando paso a paso y mostrando circunstancia por circunstancia, todo el desarrollo de la congregación que debía difundir por el mundo esta devoción salvadora; de modo que pudo decir a uno de sus mas amados discípulos: «Las grandes dificultades que han de surgir están previstas y conozco el modo de vencerlas; veo perfectamente lo que nos ha de suceder; voy adelante en plena luz».
La misma Virgen le mostró el vastísimo templo que debía erigirle bajo la advocación de Auxilio de los cristianos, templo que seria centro y faro luminoso de donde irradiase la luz de esta devoción por todo el mundo; en el interior están escritas estas palabras: «Hic domus mea, inde glória mea» (Esta es mi casa; de aquí saldrá mi gloria). Y no solamente le mostró el templo sino que le indicó el lugar preciso donde quería que fuese edificado. «Este lugar –le dijo– donde los gloriosos mártires de Turín, Aventor y Octavio, sufrieron el martirio, quiero que sea honrado de un modo especial».
En otra visión, parecióle estar cerca del lugar en donde actualmente se levanta el templo de María Auxiliadora; tres bellísimos jóvenes lo invitaron a acompañarlos y lo presentaron a una señora magníficamente vestida, indecible hermosura, majestad y esplendor; estaba rodeada de un cortejo de venerables ancianos que parecían príncipes y de otros innumerables personajes ricamente vestidos y de una hermosura deslumbradora. La Señora lo invitó a acercarse y le dijo que aquellos tres jóvenes que lo habían acompañado eran los mártires Solutor, Aventor y Octavio; lo animó a proseguir la obra empezada y a vencer los grandes obstáculos que sin duda encontraría, poniendo toda su confianza en ella y en su divino Hijo. El sitio donde estaba el trono en que vio y veneró a esta gran Señora, es el que actualmente ocupa el altar mayor de la iglesia de María Auxiliadora.
Admiremos los designios de la divina providencia, en esta obra de restauración cristiana, mediante el acrecentamiento de la devoción a María Auxiliadora y contribuyamos a ella con nuestro esfuerzo en amarla y hacerla amar de otros muchos.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: MARÍA AUXILIADORA Y SAN JUAN BOSCO.
La devoción a María Santísima, invocada bajo el titulo de Auxiliadora del pueblo cristiano, es ya universal. Esta difusión milagrosa es una nueva prueba del patrocinio que la Madre de Dios continúa dispensando a sus hijos, y clara señal de que no nos faltará su valimiento en los difíciles tiempos que atravesamos. Según las revelaciones de los santos (como asegura el padre Federico Fáber CO), «los males que nos afligen no se remediarán sino con un acrecentamiento de la devoción a la Santísima Virgen».
Si esto es así, no estará lejos nuestra salud, ya que tanto ha progresado el amor a María mediante la advocación de Auxiliadora de los Cristianos. No cabe duda que esta devoción es del agrado de la Madre de Dios, ya que Ella misma la promovió, suscitando al apóstol que debía difundirla por toda la tierra. Este no es otro que San Juan Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesiana.
Empieza María a formar su apóstol, de edad de nueve años, mostrándole una multitud de animales feroces convertidos en mansos corderillos, diciéndole: «Esta será tu misión; lo que ves que sucede con estos animales, tu deberás hacerlo con mis hijos». Luego con nuevas ilustraciones le va detallando más la obra que le ha sido confiada y lo va encaminando al sacerdocio, allanando obstáculos casi insuperables. Ya sacerdote, en sucesivas misiones lo va guiando paso a paso y mostrando circunstancia por circunstancia, todo el desarrollo de la congregación que debía difundir por el mundo esta devoción salvadora; de modo que pudo decir a uno de sus mas amados discípulos: «Las grandes dificultades que han de surgir están previstas y conozco el modo de vencerlas; veo perfectamente lo que nos ha de suceder; voy adelante en plena luz».
La misma Virgen le mostró el vastísimo templo que debía erigirle bajo la advocación de Auxilio de los cristianos, templo que seria centro y faro luminoso de donde irradiase la luz de esta devoción por todo el mundo; en el interior están escritas estas palabras: «Hic domus mea, inde glória mea» (Esta es mi casa; de aquí saldrá mi gloria). Y no solamente le mostró el templo sino que le indicó el lugar preciso donde quería que fuese edificado. «Este lugar –le dijo– donde los gloriosos mártires de Turín, Aventor y Octavio, sufrieron el martirio, quiero que sea honrado de un modo especial».
En otra visión, parecióle estar cerca del lugar en donde actualmente se levanta el templo de María Auxiliadora; tres bellísimos jóvenes lo invitaron a acompañarlos y lo presentaron a una señora magníficamente vestida, indecible hermosura, majestad y esplendor; estaba rodeada de un cortejo de venerables ancianos que parecían príncipes y de otros innumerables personajes ricamente vestidos y de una hermosura deslumbradora. La Señora lo invitó a acercarse y le dijo que aquellos tres jóvenes que lo habían acompañado eran los mártires Solutor, Aventor y Octavio; lo animó a proseguir la obra empezada y a vencer los grandes obstáculos que sin duda encontraría, poniendo toda su confianza en ella y en su divino Hijo. El sitio donde estaba el trono en que vio y veneró a esta gran Señora, es el que actualmente ocupa el altar mayor de la iglesia de María Auxiliadora.
Admiremos los designios de la divina providencia, en esta obra de restauración cristiana, mediante el acrecentamiento de la devoción a María Auxiliadora y contribuyamos a ella con nuestro esfuerzo en amarla y hacerla amar de otros muchos.
EJEMPLO: CURACIÓN MILAGROSA.
Ana Maccoloni, de Rímini (Italia), sintiese atacada, en octubre de 1930, de bronconeumonía influencial, que persistió hasta noviembre del mismo año. A mediados de diciembre de 1930, sobrevivió, además, una flebitis que invadió toda la pierna izquierda, quedando privada en absoluto de movimiento e hinchada hasta adquirir doble volumen del normal.
Conviene advertir que si la flebitis en los enfermos jóvenes es siempre grave, lo es mucho más en los de edad avanzada, por el peligro de gangrena y arteriosclerosis. Por esto los dos médicos de cabecera, conformes en el diagnostico y teniendo en cuenta la mucha edad de la enferma (74 años), más aun que la propia infección influencial, pronosticaron un probable funesto desenlace. Es opinión común de los técnicos que la flebitis no puede ser curada de un modo instantáneo.
Pues bien, la susodicha Ana, una noche, a fines de aquel mismo año, y después de haber hecho un triduo a San Juan Bosco y aplicado sobre el miembro enfermo una reliquia del mismo, sintióse instantánea y perfectamente curada de la flebitis, sin que le haya quedado vestigio alguno de dolores, ni de hinchazón, y recobró en el acto el movimiento y la flexibilidad del miembro afectado.
Que esta curación ha sido perfecta lo atestiguan, además de los médicos de cabecera, los peritos que diez meses después del hecho, reconocieron a la referida Ana. Dichos tres peritos, nombrados por la Sagrada Congregación de Ritos, unánimemente con los doctores de cabecera, convinieron en la diagnosis y prognosis y en el reconocimiento del hecho milagroso.
Ana Maccoloni, de Rímini (Italia), sintiese atacada, en octubre de 1930, de bronconeumonía influencial, que persistió hasta noviembre del mismo año. A mediados de diciembre de 1930, sobrevivió, además, una flebitis que invadió toda la pierna izquierda, quedando privada en absoluto de movimiento e hinchada hasta adquirir doble volumen del normal.
Conviene advertir que si la flebitis en los enfermos jóvenes es siempre grave, lo es mucho más en los de edad avanzada, por el peligro de gangrena y arteriosclerosis. Por esto los dos médicos de cabecera, conformes en el diagnostico y teniendo en cuenta la mucha edad de la enferma (74 años), más aun que la propia infección influencial, pronosticaron un probable funesto desenlace. Es opinión común de los técnicos que la flebitis no puede ser curada de un modo instantáneo.
Pues bien, la susodicha Ana, una noche, a fines de aquel mismo año, y después de haber hecho un triduo a San Juan Bosco y aplicado sobre el miembro enfermo una reliquia del mismo, sintióse instantánea y perfectamente curada de la flebitis, sin que le haya quedado vestigio alguno de dolores, ni de hinchazón, y recobró en el acto el movimiento y la flexibilidad del miembro afectado.
Que esta curación ha sido perfecta lo atestiguan, además de los médicos de cabecera, los peritos que diez meses después del hecho, reconocieron a la referida Ana. Dichos tres peritos, nombrados por la Sagrada Congregación de Ritos, unánimemente con los doctores de cabecera, convinieron en la diagnosis y prognosis y en el reconocimiento del hecho milagroso.
ORACIÓN
Oh bienaventurado San Juan Bosco: por el amor tiernísimo que tuviste a María Auxiliadora, tu madre y maestra, alcánzanos una constante y sincera devoción a tan dulcísima Señora, a fin de que, como hijos suyos devotísimos, podamos merecer su valioso patrocinio en esta vida y de un modo especial en la hora de la muerte. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
Oh bienaventurado San Juan Bosco: por el amor tiernísimo que tuviste a María Auxiliadora, tu madre y maestra, alcánzanos una constante y sincera devoción a tan dulcísima Señora, a fin de que, como hijos suyos devotísimos, podamos merecer su valioso patrocinio en esta vida y de un modo especial en la hora de la muerte. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO – 30 DE ENERO
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A JESÚS SACRAMENTADO.
De entre las obras de Dios, hay dos que son las más insignes y que mas pasman los juicios de los hombres, y son tan excelentes que, hablando de ellas, el profeta Isaías las llama invenciones de Dios. La primera fue la Encarnación, con la que Dios se unió a nuestra naturaleza, con un nudo tan estrecho, que en una persona quedaron Dios y hombre. La otra invención de Dios, propia únicamente de su infinito amor, fue la institución del Santísimo Sacramento.
En la primera quedó la naturaleza humana unida con Dios; en esta segunda, Dios hombre se une con nosotros. «El que come mi carne y bebe mi sangre estará en mí y yo en él», dice el Señor. Esta obra es maravillosa recopilación de todas las maravillas. Quiso que fuésemos el templo y el relicario donde estuviese y se depositase su sacratísima humanidad para ser el alimento y vida de nuestra alma y prenda de nuestra futura resurrección.
A San Juan Bosco se le puede llamar el apóstol de la Eucaristía; difícilmente se podrá encontrar quien en esto lo supere. Desde niño lo previno la Divina Providencia. Siendo pastorcillo de pocos años, solía levantarse cada Domingo muy temprano, y cruzando prados y bosques iba al lejano pueblo de Moncucco, para allí reconciliarse y recibir la santa comunión. Más tarde, estando en el seminario de Chieri, sus compañeros seminaristas apenas sí solían comulgar cada Domingo y en las grandes solemnidades; mas el joven Bosco casi fraudulentamente, comulgaba todos los días en la iglesia contigua al seminario, no reparando en que para poder comulgar se veía obligado a sacrificar su desayuno y a no probar bocado hasta las doce del día. Parecíale no poder vivir sin la comunión
Después de ordenado sacerdote, su arma más poderosa para combatir al demonio y hacer santos a sus discípulos, fue la comunión frecuente. Proclamaba siempre muy alto y por doquiera que suprimir de la educación la confesión y la comunión frecuentes es desterrar la moralidad, y que no puede haber sólida virtud, si no está apoyada y robustecida por la frecuente comunión. «Así como el maná (escribe San Juan Bosco en su áureo devocionario “El joven instruido”) sirvió de alimento diario a los hebreos durante todo el tiempo que estuvieron en el desierto hasta el día que entraron en la Tierra de Promisión, así la santa comunión debería ser nuestro sostén, nuestro pan cotidiano, en medio de los peligros que nos rodean en este mundo, hasta que consigamos la verdadera tierra prometida del Paraíso».
No solo es San Juan Bosco el apóstol de la comunión diaria, sino que lo es también de las visitas frecuentes de Jesús Sacramentado. Decía a los jóvenes: «¿Queréis que Jesús Sacramentado os conceda muchas gracias? Visitadlo a menudo. ¿Queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas veces ¿Queréis que el demonio los asalte? Haced pocas visitas ¿Queréis que huya de vosotros? Visitad con frecuencia a Jesús. ¿Queréis ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. Hijos míos, la visita a Jesús Sacramentado es un medio muy necesario para vencer al demonio. Por tanto, id con frecuencia a visitar a Jesús y jamás seréis vencidos por vuestro enemigo».
Sea pues la Eucaristía el horno donde se inflame nuestro amor a Jesucristo; todo lo podremos, se allanarán todos los obstáculos, si amamos a Jesús Sacramentado; y si somos educadores, haremos reinar a Jesucristo en el corazón de la juventud y aumentaremos el número de sus ministros dando a la Iglesia numerosas vocaciones.
Por la Señal,…
Acto de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A JESÚS SACRAMENTADO.
De entre las obras de Dios, hay dos que son las más insignes y que mas pasman los juicios de los hombres, y son tan excelentes que, hablando de ellas, el profeta Isaías las llama invenciones de Dios. La primera fue la Encarnación, con la que Dios se unió a nuestra naturaleza, con un nudo tan estrecho, que en una persona quedaron Dios y hombre. La otra invención de Dios, propia únicamente de su infinito amor, fue la institución del Santísimo Sacramento.
En la primera quedó la naturaleza humana unida con Dios; en esta segunda, Dios hombre se une con nosotros. «El que come mi carne y bebe mi sangre estará en mí y yo en él», dice el Señor. Esta obra es maravillosa recopilación de todas las maravillas. Quiso que fuésemos el templo y el relicario donde estuviese y se depositase su sacratísima humanidad para ser el alimento y vida de nuestra alma y prenda de nuestra futura resurrección.
A San Juan Bosco se le puede llamar el apóstol de la Eucaristía; difícilmente se podrá encontrar quien en esto lo supere. Desde niño lo previno la Divina Providencia. Siendo pastorcillo de pocos años, solía levantarse cada Domingo muy temprano, y cruzando prados y bosques iba al lejano pueblo de Moncucco, para allí reconciliarse y recibir la santa comunión. Más tarde, estando en el seminario de Chieri, sus compañeros seminaristas apenas sí solían comulgar cada Domingo y en las grandes solemnidades; mas el joven Bosco casi fraudulentamente, comulgaba todos los días en la iglesia contigua al seminario, no reparando en que para poder comulgar se veía obligado a sacrificar su desayuno y a no probar bocado hasta las doce del día. Parecíale no poder vivir sin la comunión
Después de ordenado sacerdote, su arma más poderosa para combatir al demonio y hacer santos a sus discípulos, fue la comunión frecuente. Proclamaba siempre muy alto y por doquiera que suprimir de la educación la confesión y la comunión frecuentes es desterrar la moralidad, y que no puede haber sólida virtud, si no está apoyada y robustecida por la frecuente comunión. «Así como el maná (escribe San Juan Bosco en su áureo devocionario “El joven instruido”) sirvió de alimento diario a los hebreos durante todo el tiempo que estuvieron en el desierto hasta el día que entraron en la Tierra de Promisión, así la santa comunión debería ser nuestro sostén, nuestro pan cotidiano, en medio de los peligros que nos rodean en este mundo, hasta que consigamos la verdadera tierra prometida del Paraíso».
No solo es San Juan Bosco el apóstol de la comunión diaria, sino que lo es también de las visitas frecuentes de Jesús Sacramentado. Decía a los jóvenes: «¿Queréis que Jesús Sacramentado os conceda muchas gracias? Visitadlo a menudo. ¿Queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas veces ¿Queréis que el demonio los asalte? Haced pocas visitas ¿Queréis que huya de vosotros? Visitad con frecuencia a Jesús. ¿Queréis ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. Hijos míos, la visita a Jesús Sacramentado es un medio muy necesario para vencer al demonio. Por tanto, id con frecuencia a visitar a Jesús y jamás seréis vencidos por vuestro enemigo».
Sea pues la Eucaristía el horno donde se inflame nuestro amor a Jesucristo; todo lo podremos, se allanarán todos los obstáculos, si amamos a Jesús Sacramentado; y si somos educadores, haremos reinar a Jesucristo en el corazón de la juventud y aumentaremos el número de sus ministros dando a la Iglesia numerosas vocaciones.
EJEMPLO: PRODIGIOSA CURACIÓN.
Sor María Josefa de Massini, hacía nueve años que sufría algunos dolores de estómago, al cabo de los cuales degeneraron en una úlcera tan grave y acompañada de tal postración de fuerzas, que los dos médicos que la asistían no creyeron prudente someterla a una operación quirúrgica. Todos los remedios humanos resultaron impotentes hasta para traer algún alivio a la enferma. No quedaba mas recurso que un milagro, y esto fue lo que intentó sor Maria Josefa, llena de fe en la protección de San Juan Bosco de quien era muy devota, empezó pues y terminó una novena: pero sin ningún resultado, el mal se agravaba por momentos; agudos dolores la atormentaban continuamente.
Con todo, no decayó su confianza en Don Bosco: Consiguió una reliquia del santo y empezó una segunda novena. Al quinto día se le apareció en sueños un venerable sacerdote que le dijo: «Yo soy Don Bosco, y he venido para concederte la gracia que me has pedido, en conformidad con la voluntad de Dios; ten fe y paciencia en sufrir unos pocos días; el domingo te concederé la gracia». Al día siguiente, como quisiesen administrarle la extremaunción, contó el sueño que había tenido y suplicó se la difiriesen hasta el domingo. Toda la comunidad se unió a las oraciones de la enferma, empezando un triduo a Don Bosco. En la noche del penúltimo día de la novena, vino de nuevo Don Bosco a consolar a su devota; llevaba sobre el brazo la túnica que las religiosas de aquel convento acostumbraban vestirse los días de fiesta, y la puso sobre el lecho diciéndole: «Solo te queda un día de sufrimiento, después curarás. Le dirás a tu confesor que pasado mañana (domingo) te mande levantar con estas palabras “En Nombre de Don Bosco levántate, que estás curada”».
Llego el tan suspirado domingo y la enferma se encontraba, si cabe, peor; aquella vida se iba extinguiendo por momentos; todo estaba dispuesto para administrarle la extremaunción. Antes de proceder a ello el confesor le dijo: «¿Por que no prueba a levantarse en nombre de Don Bosco?».
«No tengo fuerzas», contestó la enferma.
«¿Y si yo le dijese: “Levántese por obediencia en nombre de Don Bosco?”».
Al pronunciar su confesor estas palabras (refiere la enferma), «sentí un súbito estremecimiento de todo mi ser, pude mover mis miembros y desaparecieron todos mis dolores. En un momento, sentí que volvía de la muerte a la vida. Estaba completamente curada». Las escenas que a esto sucedieron no son para describirlas.
Sor María Josefa de Massini, hacía nueve años que sufría algunos dolores de estómago, al cabo de los cuales degeneraron en una úlcera tan grave y acompañada de tal postración de fuerzas, que los dos médicos que la asistían no creyeron prudente someterla a una operación quirúrgica. Todos los remedios humanos resultaron impotentes hasta para traer algún alivio a la enferma. No quedaba mas recurso que un milagro, y esto fue lo que intentó sor Maria Josefa, llena de fe en la protección de San Juan Bosco de quien era muy devota, empezó pues y terminó una novena: pero sin ningún resultado, el mal se agravaba por momentos; agudos dolores la atormentaban continuamente.
Con todo, no decayó su confianza en Don Bosco: Consiguió una reliquia del santo y empezó una segunda novena. Al quinto día se le apareció en sueños un venerable sacerdote que le dijo: «Yo soy Don Bosco, y he venido para concederte la gracia que me has pedido, en conformidad con la voluntad de Dios; ten fe y paciencia en sufrir unos pocos días; el domingo te concederé la gracia». Al día siguiente, como quisiesen administrarle la extremaunción, contó el sueño que había tenido y suplicó se la difiriesen hasta el domingo. Toda la comunidad se unió a las oraciones de la enferma, empezando un triduo a Don Bosco. En la noche del penúltimo día de la novena, vino de nuevo Don Bosco a consolar a su devota; llevaba sobre el brazo la túnica que las religiosas de aquel convento acostumbraban vestirse los días de fiesta, y la puso sobre el lecho diciéndole: «Solo te queda un día de sufrimiento, después curarás. Le dirás a tu confesor que pasado mañana (domingo) te mande levantar con estas palabras “En Nombre de Don Bosco levántate, que estás curada”».
Llego el tan suspirado domingo y la enferma se encontraba, si cabe, peor; aquella vida se iba extinguiendo por momentos; todo estaba dispuesto para administrarle la extremaunción. Antes de proceder a ello el confesor le dijo: «¿Por que no prueba a levantarse en nombre de Don Bosco?».
«No tengo fuerzas», contestó la enferma.
«¿Y si yo le dijese: “Levántese por obediencia en nombre de Don Bosco?”».
Al pronunciar su confesor estas palabras (refiere la enferma), «sentí un súbito estremecimiento de todo mi ser, pude mover mis miembros y desaparecieron todos mis dolores. En un momento, sentí que volvía de la muerte a la vida. Estaba completamente curada». Las escenas que a esto sucedieron no son para describirlas.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Por el ardiente amor que tuviste a Jesús Sacramentado y por el celo con que propagaste su culto, sobre todo con la asistencia a la santa misa, con la comunión frecuente y con la visita cotidiana, alcánzanos la gracia de crecer más y más en el amor y práctica de estas santas devociones, y de terminar nuestros días fortalecidos por el celestial alimento de la divina Eucaristía. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Por el ardiente amor que tuviste a Jesús Sacramentado y por el celo con que propagaste su culto, sobre todo con la asistencia a la santa misa, con la comunión frecuente y con la visita cotidiana, alcánzanos la gracia de crecer más y más en el amor y práctica de estas santas devociones, y de terminar nuestros días fortalecidos por el celestial alimento de la divina Eucaristía. Así sea.
Rezar un Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
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