domingo, 2 de octubre de 2022

Fiesta los Santos Ángeles Custodios

 


EL AÑO LITÚRGICO – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes

HISTORIA DE LA FIESTA.—Aunque la solemnidad del 29 de septiembre tiene por objeto honrar a todos los espíritus bienaventurados de los nueve coros, la piedad de los fieles en estos últimos siglos ha deseado se consagrase un día especial en la tierra a celebrar a los Angeles custodios. Diversas Iglesias empezaron a celebrar esta fiesta y la pusieron en diferentes fechas del año; Paulo V, aunque la permitía el 27 de septiembre de 1608, creyó conveniente no imponer su aceptación; Clemente X terminó con esta variedad respecto a la nueva fiesta y el 20 de septiembre de 1670 la fijó en el 2 de octubre, primer día libre después de San Miguel, a cuya fiesta está como subordinada.

DOCTRINA DS LA IGLESIA. — Es de fe que en este destierro, Dios encomienda a los Angeles la custodia de los hombres destinados a contemplarle en el cielo, y esto lo aseguran las Escrituras y lo afirma unánimente la Tradición.

Las conclusiones más ciertas de la teología católica extienden el beneficio de esta protección preciosa a todos los miembros de la raza humana, sin distinción de justos o pecadores, de infieles o bautizados. Alejar los peligros, sostener al hombre en su lucha contra el demonio, despertar en él santos pensamientos, apartarle del mal y castigarle de cuando en cuando, rogar por él y presentar a Dios sus propias oraciones: he ahí el oficio del Angel custodio. Y es un ministerio tan especial, que no acumula el mismo Angel la custodia simultánea de varios, y tan asiduo, que acompaña a su protegido desde el primer día al último de su vida, recogiendo el alma al salir de este mundo para conducirla después del juicio al puesto que se mereció en los cielos o en la mansión temporal de purificación y de expiación.

LOS NUEVE COROS. — La santa milicia de los Angeles custodios se recluta principalmente en las proximidades más inmediatas a nuestra naturaleza, entre los puestos del último de los nueve coros. Dios, en efecto, reserva para el honor de formar su augusta corte a los Serafines, Querubines y Tronos. Las Dominaciones presiden desde lo alto de su trono el gobierno del universo; las Virtudes velan por la firmeza de las leyes de la naturaleza, por la conservación de las especies, por los movimientos de los cielos; las Potestades mantienen encadenado al infierno. La raza humana, en su conjunto y en los cuerpos sociales de las naciones y de las Iglesias, está confiada a los Principados; en tanto que el oficio de los Arcángeles, encargados de las comunidades menores, parece ser también el de transmitir a los Angeles las órdenes del cielo, con el amor y la luz que baja para nosotros de la primera y suprema jerarquía. ¡Abismos de la Sabiduría de Dios! Así pues, el conjunto admirable de ministerios dispuesto entre los diversos coros de los espíritus celestiales, se ordena, como fin, a la custodia inmediatamente confiada a los más humildes de ellos, a la custodia del hombre, para quien fué creado el universo. Lo mismo afirma la Escuela; y lo dice el Apóstol: ¿No son todos ellos espíritus ministrantes, enviados vara servicio en favor de los que han de heredar la salud?

OFICIO DE LOS ANGELES CUSTODIOS. — “Los Angeles, dice San Lorenzo Justiniano, observan nuestras diversas acciones; nos exhortan, nos incitan, nos levantan después de nuestras caídas, y vigilan en derredor de la Iglesia militante. Sin parar, suben y bajan; siempre andan contentos, siempre solícitos, del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, a ofrecer a Dios nuestras obras, nuestras lágrimas y nuestras oraciones. Nos traen del altar de Dios, es decir, de la humanidad de Cristo, el fuego de la caridad, el ardor de la fe, y la esperanza de tener parte un día en la gloria de los Santos. Nos muestran el triunfo de los mártires para darnos mayores ánimos; la puerta del cielo abierta, para inducirnos a despreciar el mundo; la presencia continua de Dios, para llenarnos de respeto; y por fin, la inmensidad de la dicha eterna, para excitar nuestros deseos. Cuantas más ocasiones tienen, de ejercer por nosotros estas diversas funciones, más felices y diligentes se sienten. Muy lejos de envidiar nuestros adelantos en el bien o de mermar en nada nuestros méritos, trabajan por nuestra perfección, nos instruyen en nuestros deberes y nos alientan para cumplirlos. No tienen otro deseo ni otro fin que la gloria del Omnipotente y nuestra salvación. Son los amigos de la Sabiduría, viven cerca del Verbo, exentos de toda miseria, de toda imperfección. Asimismo, al ejercer su ministerio en medio del mundo, no se manchan ni lo más mínimo, ni sienten fatiga ninguna. Aunque circunscritos por el espacio, permanecen siempre en presencia de Dios; al mismo tiempo que sirven a los hombres, no cesan de ofrecer amorosamente a su Criador el sacrificio de la alabanza; las funciones de su ministerio no los apartan del homenaje y de la gloria que deben tributar al Rey inmortal”.

Pero Dios, que se muestra espléndido en extremo con el linaje de los hombres, no se deja vencer de los gobiernos de este mundo cuando se trata de honrar con una atención especial a los príncipes de su pueblo, a los privilegiados de su gracia o a los que rigen el mundo en nombre de El; al decir de los Santos, una perfección suma, una comisión altísima en el Estado o en la Iglesia, exigen para el investido la asistencia de un espíritu también superior, sin que el. Angel de primera hora, si así se puede decir, tenga necesariamente por eso que ser revelado de su propia custodia. No hay lugar, además, para que en el campo de operaciones de la salvación, el titular celestial del puesto que se le confió desde el principio, pueda nunca temer verse solo; a su llamada, a una orden de lo alto, los ejércitos de los bienaventurados compañeros, que llenan cielos y tierra, están siempre dispuestos a prestarle su ayuda poderosa. Entre esos nobles espíritus que aspiran en la presencia de Dios a favorecer por todos los medios su amor hacia El, hay alianzas secretas que a veces Originan en este mundo entre sus devotos aproximaciones cuyo misterio se descubrirá el día de la eternidad.

LOS ANGELES EN LA CREACIÓN. — “¡Misterio profundo, dice Orígenes, la repartición de las almas entre los Angeles encargados de su custodia; secreto divino relacionado con la economía universal que descansa en el Hombre-Dios! y no sin disposiciones inefables se reparten entre las Virtudes de los cielos los servicios de la tierra, los grupos múltiples de la naturaleza: fuentes y ríos, vientos y bosques, plantas, seres animados de los continentes o de los mares, cuyos oficios se armonizan por medio de los Angeles que dirigen sus variados oficios al fin común”. De este modo se conserva, en su fuerte unidad, la obra del Creador.

Y sobre estas palabras de Jeremías: ¿Hasta cuándo estará Itorando la tierra?, Orígenes prosigue: “La tierra se regocija o llora por cada uno de nosotros; y no sólo la tierra, sino también el agua, el fuego, el aire, todos los elementos, que aquí no hay que entender de la materia insensible, sino de los Angeles que están al frente de todas las cosas del mundo. Hay un Angel de la tierra, y ese es, juntamente con sus compañeros, el que llora por nuestros crímenes. Hay un Angel de las aguas, a quien se aplica el Salmo: Las aguas te han visto y temieron; la inquietud, se ha apoderado de los abismos; voces de las muchas aguas, voces de la tempestad: el relámpago ha surcado la nube como una flecha”.

La naturaleza, considerada de esta manera, es grande. La antigüedad, que abundaba en verdades y en poesía más que nuestras generaciones actuales, de ese modo contemplaba el universo. Su error consistió en adorar a esos poderes misteriosos, con perjuicio del único Dios, ante quien se inclinan los que sostienen el mundo. “Aire, tierra, océano, todo está lleno de Angeles, dice a su vez San Ambrosio. Elíseo, asediado por un ejército, no tenía miedo alguno, pues veía que le asistían escuadrones invisibles. Ojalá te abra también el profeta tus ojos y que el enemigo, aunque sea legión, no te asuste: te crees sitiado y estás libre; son menos los que están en contra nuestra que a nuestro favor”.


CULTO AL ANGEL DE LA GUARDA.— Para terminar, escuchemos hoy, como lo hace la Iglesia, al Abad de Claraval, a cuya elocuencia parece que en esta ocasión la nacen alas: “En todo lugar muéstrate respetuoso con tu Angel. Muévate a rendir culto a su grandeza el agradecimiento por sus beneficios. Ama a ese futuro coheredero, que ahora es el tutor designado por el Padre para ¡os días de tu niñez. Porque, aunque somos hijos de Dios, no pasamos ahora de niños y el camino es largo y peligroso. Pero Dios ha mandado a sus Angeles que te guarden en todos tus caminos; y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Pisarás sobre áspides y basiliscos y hollarás al león y al dragón. Ciertamente, por donde el camino es fácil para un niño, su ayuda se reducirá a ser simplemente un guía, a sostenerte como se hace con los niños. Pero la prueba ¿corre peligro de exceder a tus fuerzas? Te llevarán en sus manos. ¡Manos de Angeles! ¡Cuántos atolladeros temibles, saltados como sin darse cuenta merced a esas manos, sólo dejarán en el hombre la impresión de una pesadilla desvanecida rápidamente”!

AGRADECIMIENTO A LOS ANGELES. — Santos Angeles, benditos seáis porque los crímenes de los hombres no cansan vuestra caridad; os damos gracias, entre otros muchos beneficios, por el de conservar la tierra habitable, dignándoos permanecer siempre en ella. Hay muchas veces peligro de que la soledad se haga pesada al corazón de los hijos de Dios en las grandes ciudades y en los caminos del mundo, donde no se codean más que desconocidos o enemigos; pero, si el número de los justos ha disminuido, no disminuye el vuestro. Y en medio de la multitud apasionada, como también en el desierto, no hay un ser humano que no tenga junto a si a su Angel, representante de la Providencia universal sobre los buenos y los malos. Espíritus bienaventurados, tenemos con vosotros la misma patria, el mismo pensamiento y el mismo amor; ¿por qué han de turbar los ruidos confusos de una turba frivola la vida del cielo que desde ahora podemos ya vivir con vosotros? El tumulto de las plazas públicas ¿os impide acaso formar allá vuestros coros, o impide al Todopoderoso percibir en ellas vuestras armonías? También nosotros queremos cantar por doquier al Señor y unir continuamente nuestras adoraciones a las vuestras, viviendo por la fe en lo escondido del rostro del Padre cuya continua contemplación os arroba a vosotros. Penetrados de ese modo del vivir angélico, la vida presente no nos ofrecerá ninguna inquietud, ni tampoco la eterna, sorpresa alguna.

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