¡Por la voz de Tu Sangre, Oh Jesús, te ruego, suplico e imploro! Aunque
parezca que rechazas mis súplicas, yo no dejaré tus pies sangrientos hasta
que me contestes.
Demasiada gracia, demasiada misericordia ha venido de Tu Sangre para que
yo no pierda esperanzas de Su eficiencia, aún hasta el fin.
Por Tu Sangre
preciosa, Oh Jesús, siete veces derramada por el bienestar de los hombres…
por cada gota del precio tan sagrado de nuestra redención… por las lágrimas
de Tu Madre Inmaculada. Te ruego, te suplico, oye mi oración sincera. (Mencione sus intenciones aquí)
Oh Tú, que durante todos los días de tu vida mortal, consolaste muchas aflicciones,
sanaste muchas enfermedades, levantaste muchas veces un coraje que naufragaba…
¡Tú no dejarás de tener piedad ahora de un alma que te llama desde el fondo
de su angustia; no es posible!
Otro quejido de mi corazón y de tu propia herida fluirá a mí como una ola de
tu Sangre Misericordiosa, trayéndome la gracia que tan ardientemente deseo. Oh Jesús, acelera el momento cuando cambiarás mis lagrimas por alegrías,
mis quejidos por acción de gracias.
Santa María, manantial de Sangre Divina, te ruego que no pierdas ésta
ocasión de glorificar la Sangre que te hizo Inmaculada. Amen
El Bienaventurado Gaspar del Búfalo, el gran apóstol de la Preciosa Sangre,
en el Siglo XIX, cuyo misterio fue marcado por milagros y favores
extraordinarios, declaró frecuentemente que aquellos que honraren a la
Preciosa Sangre de Jesús merecerían Su especial protección, especialmente en
tiempos de calamidad cuando Dios castigue la Tierra. “Todos los demonios
unidos, son impotentes sobre aquellos que se cubren con la Divina Sangre y
buscan refugio en las llagas de Jesús.”
“…Yo veré la sangre y pasaré sobre ti; y la plaga no caerá sobre ti ni te
destruirá cuando yo castigue la Tierra…” (Éxodo XII, 13).
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