Ensayo sobre el significado y los privilegiosde la Medalla o Cruz de San Benito
Prólogo del Autor
(...)Grande es el número de personas que desea informaciones seguras sobre la célebre medalla que lleva el nombre del glorioso Patriarca de los Monjes de Occidente, Diversas publicaciones, más o menos exactas, han sido difundidas sobre el tema; pero nos pareció que ninguna de ellas satisfacía las ansias del público,
y Juzgamos conveniente ofrecer a la piedad de los fieles un conjunto de informaciones más completo sobre un objeto que tanto
aprecian. Para proceder con orden en nuestra exposición, comencemos por la descripción de la medalla.
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Capítulo I
La imagen de la Cruz
representada en la medalla
Basta al cristiano considerar brevemente la virtud soberana de la Cruz de Jesucristo, para comprender la dignidad de una
medalla en la cual está representada. La Cruz fue, en verdad, el
instrumento de la redención del mundo; es el árbol de salvación en que fue expiado el pecado cometido por el hombre al comer del fruto del árbol prohibido. San Pablo nos enseña que la sentencia de nuestra condenación fue clavada en la Cruz, allí pagada por la sangre del Redentor’. En fin, la Cruz, saludada por la Iglesia como nuestra única esperanza, spes imica, ha de aparecer en el último día sobre las nubes del cielo como trofeo de la victoria del Hombre Dios.
La representación de la Cruz despierta en nosotros todos
los sentimientos de gratitud para con Dios, por el beneficio de
nuestra salvación. Después del Santísimo Sacramento, nada hay sobre la tierra más digno de nuestro respeto que la Cruz; es por ello que le tributamos un cuito de adoración, que se refiere a Nuestro Señor, quien la regó con su divina Sangre.
Animados con los sentimientos de la más pura religión, los cristianos, desde el comienzo de la Iglesia, tuvieron una profundísima veneración a la imagen de la Cruz; y los Santos Padres no cesaban de alabar esta augusta señal. Cuando, después de tres siglos de persecución, Dios tuvo por bien conceder la paz a su
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Iglesia, apareció en el Cielo una Cruz con estas palabras: “Con
este signo vencerás”] y el emperador Constantino, destinatario
de aquella visión que le prometía la victoria, determinó que su
ejército saldría al combate, de allí en adelante, siempre bajo un
estandarte que representaba la imagen de la Cruz con el monograma de Cristo; y tal estandarte fue llamado Lábaro.
La Cruz causa terror a los espíritus malignos, que siempre retroceden ante ella, y apenas la ven se apresuran en soltar su presa y huir. En fin, tal es para los cristianos la importancia de la Cruz y tal la bendición que lleva consigo, que desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días conservaron inviolable la costumbre de hacer frecuentemente la señal de la Cruz sobre sí mismos, y los ministros de la Iglesia siempre la emplearon sobre los objetos que su carácter sacerdotal les da el poder de bendecir y santificar.
Asi pues, nuestra medalla, que representa en primer lugar la imagen de la Cruz, está en perfecta armonía con la piedad
cristiana, y ya sólo por este motivo es digna del mayor respeto.
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Capítulo II
La imagen de San Benito
representada en la medalla
La honra de figurar en la misma medalla junto con la
imagen de la Santa Cruz fue concedida a San Benito con la finalidad de indicar la eficacia que tuvo en sus manos esta señal sagrada. San Gregorio Magno, que escribió la vida del Santo Patriarca, nos lo representa disipando con la señal de la Cruz sus
propias tentaciones, y quebrando con la misma señal hecha sobre
una bebida envenenada, el cáliz que la contenía, quedando así
patente el perverso designio de los que habían osado atentar contra su vida. Cuando el espíritu maligno, para aterrorizar a los
monjes, les hace ver el Monasterio de Montecasino en llamas,
San Benito desvanece ese prodigio diabólico haciendo la misma
señal de la Pasión del Salvador sobre las llamas fantásticas. Cuando
sus discípulos andan interiormente agitados por las sugestiones del tentador, les indica como remedio trazar sobre el corazón la imagen de la Cruz.
En su Regla determina que el hermano que acaba de leer
ante el altar la obligación solemne de su profesión religiosa, estampe en la cédula de los votos la señal de la Cruz, a manera de sello irrevocable.
Los discípulos de San Benito, llenos de confianza en el
poder de esa sagrada señal, realizaron por su intermedio innumerables prodigios. Basta recordar a San Mauro, que curó a un ciego; a San Plácido, quien curó a muchos enfermos; a San Richmir, libertador de cautivos; a San Wulstan, que salvó a un obrero que caía de lo alto de la torre de una iglesia; a San Odilón, que extrajo una astilla de madera que había perforado el ojo de un hombre; a San Anselmo de Canterbury, ahuyentando espectros horribles que acosaban a un anciano moribundo; a San Hugo de Cluny, aplacando una tempestad; a San Gregorio VII, cuando impidió el incendio de Roma, etc.: todos estos prodigios y muchísimos más, referidos en las Actas de los Santos de la Orden de San Benito, fueron realizados con la señal de la Cruz.
La gloria y la eficacia de ese augusto instrumento de nuestra salvación fueron celebrados con entusiasmo por la gratitud de
los hijos del santo Patriarca. Citemos el oficio parvo de la Santa
Cruz que rezaba San Udalrico, Obispo de Augsburgo, y que se
celebraba en el coro de las Abadías de San Cali, de Reichenau, de
Bursfeld y otras; los poemas dedicados a la Santa Cruz por el
Beato Rábano Mauro y San Pedro Damián; las admirables oraciones compuestas en su honor por San Anselmo de Canterbury.
El venerable Beda, San Odilón de Cluny, Ruperto de Deutz, Exbert
de Schonaugen, y muchos otros, nos dejaron sermones sobre la
Santa Cruz; Eginardo escribió un libro para defender su culto,
que los iconoclastas- combatían, y Pedro el Venerable defendió,
en un tratado especial, el uso de la señal de la Cruz, ridiculizado
por los petrobrusianos-'.
Un gran número de las más ilustres abadías de la Orden
de San Benito fueron fundadas bajo el título de la Santa Cruz.
Recordemos apenas el célebre monasterio construido en París por
el obispo San Germain; en la diócesis de Meaux, el que fue erigido por San Faron; en Poitiers, la abadía de la Santa Cruz, fundada
por Santa Radegunda; en Bordeaux, la que Clodoveo II construyó bajo la misma advocación; la de Metten en Baviera; la de
Reichenau, en Suiza; la de Quimperlé, en nuestra Bretaña; y en
Vosges, los cinco muy conocidos monasterios construidos de tal
-N/r.- Herejes del siglo VIH que combatían el culto de las imágenes. Fueron condenados por el II Concilio de Nicca. en el año 787.
Seguidores de Pedro de Hruys, heresiarca discípulo de Abelardo que murió
quemado en 1126, en Saint-Gilles, Languedoc.
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modo que forman entre sí la imagen de la Santa Cruz.
El mismo Salvador del mundo' parece haber querido confiar a los hijos de San Benito, como especial favor, una considerable parte de la Cruz con la cual rescató a los hombres. Pues a su
custodia fueron confiados insignes fragmentos de aquel madero
sagrado. Si se reunieran delante de un cristiano todos los pedazos
conservados en las diversas abadías de la Orden, ese cristiano
podría alegrarse de tener delante de los ojos el instrumento de su
salvación. Entre los monasterios favorecidos con tal tesoro, nombremos, en Francia, Saint-Germain-des Prés, en Paris; Saint-
Denys; Santa Cruz de Poitiers, Cormery, en Touraine; Gellone,
etc. Recordemos también a San Miguel de Murano, en Venecia;
Sahagim, en España; Reichenau, en Suiza; en Alemania, San
Ulrico y Santa Afra, en Augsburgo; San Miguel, en Hildesheim;
San Trudperto, en la Selva Negra; Moelk en Austria; la célebre
abadía de Gandersheim, etc.
Pero la misión más gloriosa confiada a los benedictinos
para la glorificación de la Santa Cruz, fue la de llevar ese instrumento de salvación a numerosas regiones, a través de la predicación apostólica a los paganos. Fue su celo el que arrancó de las tinieblas de la infidelidad a la mayor parte de Occidente; bien se
sabe cuánto debe Inglaterra a San Agustín de Canterbury, Alemania a San Bonifacio, Bélgica a San Amando, Holanda y Zelandia
a San Willibrordo, WestfaliaaSan Switbert, SajoniaaSan Ludger,
Baviera a San Corbiniano, Suecia y Dinamarca a San Anscario,
Austria a San Wolfango, Polonia y Bohemia a San Adalberto de
Praga, Prusia a San Otón de Bamberg, Rusia al segundo San
Bonifacio.
Muy resumidamente, son éstas las relaciones de la Santa
Cruz con las grandes obras vinculadas a la persona y al nombre
de San Benito. Por todo ello, es lícito concluir que era muy conveniente reunir en una sola medalla la imagen del santo Patriarca
y la de la Cruz del Salvador.
Esto quedará aún más claro cuando consideremos lo que
se narra en las vidas de los dos grandes discípulos del siervo de
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Dios, San Plácido y San Mauro. Cuando realizaban sus frecuentes milagros tenían la costumbre de invocar junto con el auxilio
de la Santa Cruz, el nombre de su santo Fundador, y así consagraron, desde el principio, la piadosa costumbre expresada más tarde
por la medalla.
San Plácido acababa de despedirse de San Benito, para ir
a Sicilia; al llegar a Capua, le piden la curación del vicario de la
iglesia local. Después de largas resistencias de su humildad, consiente en imponer las manos sobre la cabeza del sacerdote, afectado por una dolencia mortal, y lo cura instantáneamente, pronunciando estas palabras: ''En nombre de Jesucristo, Señor nuestro, que por las oraciones y por la virtud de nuestro Maestro Benito, me sacó sano y salvo de las aguas, recompense Dios tu fe y te restituya la primitiva salud''.
Poco después, se le presentó un ciego, pidiendo a su vez la curación. Plácido le hace sobre los ojos la señal de la Cruz, acompañada de esta oración: ''Mediador entre Dios y los hombres, Señor Jesucristo, que descendisteis del cielo a la tierra para
iluminar a los que están en las tinieblas y en las sombras de la
muerte; que disteis al bienaventurado Benito, nuestro Maestro,
la virtud de curar todas las dolencias y heridas, dignaos, por sus
méritos, dar vista a este ciego, afín de que él, contemplando la
grandeza de vuestras obras. Os tema y Os adore como a soberano Señor". Volviéndose enseguida al ciego, agregó: "Por los
méritos de nuestro santísimo Padre Benito, y en nombre de Aquel
que creó el sol y la luna para que sirvieran de ornato al cielo, y
que dio al ciego de nacimiento la vista que la naturaleza le negara, yo te ordeno: levántate y sé curado; ve a anunciar a todos las
maravillas de Dios Y el ciego inmediatamente recobró la vista.
Podríamos relatar aún otros hechos milagrosos de la vida
de San Plácido, como curaciones de enfermos y expulsiones de
demonios, en los que la invocación o la memoria de San Benito,
que todavía estaba vivo, se conjugaba con la utilización de la señal de la Cruz. En esos relatos, hasta los mismos enfermos reconocían y proclamaban esa misteriosa correlación.
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San Mauro dejó al gran Patriarca que le ordenaba ir a las Galias para establecer su Regla. Como dijimos, una vez allí, obró numerosos milagros, realizados también por medio de la Santa Cruz, a cuya divina virtud el santo Abad tenía la costumbre de unir la invocación de San Benito. El mismo lo afirmó, cuando después de arrancar de las garras de la muerte a uno de sus compañeros de viaje, declaró formalmente a los testigos del milagro:
"Si la Divina Majestad se dignó obrar este prodigio por el madero de nuestra redención, no es a un hombre, sino al propio Redentor a quien debe atribuirse la gloria, aunque nadie pueda poner en duda que esta gracia nos fue alcanzada de Jesucristo por los méritos de nuestro santísimo Padre Benito ".
Los hechos prueban, pues, con evidencia, que ese modo de recurrir a la bondad divina en la Orden benedictina estuvo en uso desde sus comienzos, con pleno resultado. Todavía estaba vivo San Benito, y ya sus discípulos se dirigían a Dios en su nombre; y si entonces el Cielo bendecía la confianza en sus merecimientos, ciertamente el poder de intercesión de tal siervo de Dios había de aumentar, una vez exaltado en la Gloria.
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San Benito rajó, con la señal de la Cruz, una taza de vino envenenado, con la que pretendían asesinarlo unos monjes relajados. A la Izquierda, el cuervo que por orden del Santo llevó muy lejos el pan, también envenenado, con el cual un sacerdote envidioso quería eliminar al varón de Dios
Capítulo III
Los caracteres
que se leen en la medalla
Además de las imágenes de la Cruz y de San Benito, la medalla trae también cierto número de letras, cada una de las cuales representa una palabra latina. Las diversas palabras reunidas
tienen un sentido que manifiesta la intención de la medalla: expresar las relaciones que existen entre el santo Patriarca de los
Monjes de Occidente y la señal sagrada de la redención del género humano; y al mismo tiempo, poner al alcance de los fieles un
medio eficaz de emplear la virtud de la Santa Cruz contra los
espíritus malignos.
Esas letras misteriosas se encuentran dispuestas en la cara
de la medalla en que está representada la Santa Cruz. Examinemos, en primer lugar, las cuatro colocadas entre los brazos de
dicha Cruz:
C S
P B
Significan: Criix Sancti Patris Benedicti; en castellano, Cruz del Santo Padre Benito. Esas palabras explican el fin de
la medalla.
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En la línea vertical de la Cruz, se lee:
C
s
s
M
L
Lo que quiere decir: Crux sacra sit mihi lux; en caste¬
llano, La Cruz sagrada sea mi luz.
En la línea horizontal de la misma Cruz, se lee:
N. D. S. M. D.
Lo que significa: Non draco sit mihi dux; en castellano,
No sea el dragón, mi guía.
Reuniendo esas dos líneas se forma un verso pentámetro,
mediante el cual el cristiano expresa su confianza en la Santa Cruz,
y su resistencia al yugo que el demonio querría imponerle.
Alrededor de la medalla existe una inscripción más extensa, que presenta en primer lugar el santísimo nombre de Jesús,
expresado por el monograma bien conocido: I. H. S. . La fe y la
experiencia nos certifican la omnipotencia de ese Nombre divino.
Vienen después, de derecha a izquierda, las siguientes letras:
V. R. S. N. S. M. V. S. M. Q. L. L V. B.
Estas iniciales representan los dos versos siguientes:
Vade retro satana; numquam siiade mihi vana
Sunt mala quae libas; ipse venena bibas.
En castellano.- Apártate, satanás; nunca me aconsejes tus
vanidades, la bebida que ofreces es el mal: bebe tú mismo tus
venenos.
Tales palabras supónese que fueron dichas por San Benito: las del primer verso, con ocasión de la tentación que sintió y de la cual triunfó haciendo la señal de la Cruz; las del segundo
’ En el modelo más conocido de la Medalla de San Benito el monograma 1.11. S. fue
reemplazado por el lema benedictino PAX (Paz). Ver al respecto la nota 25 del capítulo XIV.
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verso, en el momento en que sus enemigos le presentaron una
bebida mortífera, hecho que puso al descubierto bendiciendo con la señal de la vida el cáliz que la contenía.
El cristiano puede utilizar estas palabras cuantas veces
fuere asaltado por tentaciones e insultos del enemigo invisible de nuestra salvación. El mismo Jesucristo Nuestro Señor santificó las palabras Vade retro, satana -Apártate, satanás- y su valor es cierto, una vez que el propio Evangelio nos lo asegura. Las vanidades que el demonio nos aconseja son las desobediencias a la
ley de Dios, las pompas y falsas máximas del mundo. La bebida
que el ángel de las tinieblas nos presenta es el pecado, que da
muerte al alma. En vez de aceptarla, devolvámosle tan funesto
presente, ya que él mismo lo escogió como herencia suya.
No es necesario explicar más detenidamente al lector cristiano la fuerza de ese conjuro, que opone a los artificios y violencias de satanás cuanto él más teme: la Cruz, el santo Nombre de Jesús, las mismas palabras del Salvador cuando fue tentado, y por último, el recuerdo de las victorias que el gran Patriarca San Benito alcanzó sobre el dragón infernal. Basta que alguien pronuncie con fe tales palabras, para sentirse inmediatamente con fuerzas para arrostrar todas las embestidas del infierno. Aun cuando no conociéramos los hechos que demuestran hasta que punto satanás teme esa medalla, la simple consideración de lo que representa y expresa, bastaría para que la consideráramos una de las más poderosas armas que la bondad de Dios puso a nuestro alcance contra la malicia diabólica.
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San Gregorio Magno, Papa del 590 al 604, biógrafo de San Benito
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