Primer Domingo de Cuaresma
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". (Lc. 4,4)
Nuestro Señor quiso ser tentado para enseñarnos cómo debemos comportarnos en las tentaciones y cómo debemos resistirlas.
Veremos, en la práctica, cómo Él resiste las tentaciones del diablo en el desierto, donde, después de haber ayunado durante cuarenta días, nos dicen los Evangelistas que tuvo hambre.
El diablo, que le estudiaba de cerca para ver de qué lado podía atacarle, se apercibió de ello por algún signo externo que vio en Nuestro Señor.
Y comenzó a decirle: "Si eres el Hijo de Dios, convierte estas piedras en panes y come". El Señor le respondió: "No lo haré pues está escrito que el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Debéis saber que el diablo da esta tentación a las almas piadosas, a las más retiradas y más entregadas al servicio de Dios...
Por tanto, las almas que pretenden hacer a Dios algún gran servicio, tiene que prepararse para soportar los ataques del enemigo, pues él vendrá enseguida a decirlas: "si eres hijo de Dios, convierte estas piedras en pan"... "Dices que te cuesta tanto obedecer que sientes tanta repugnancia, no te enfades y haz de esa piedra tu pan. Haz lo que se te manda, pero hazlo perezosamente, y cuando no te vean...no lo hagas y busca consuelo: ya lo harás en otro momento, cuando sientas atractivo".
¡Oh, queridas almas! ¿qué vais a hacer? no convirtáis la piedra en pan...
Un verdadero hijo de Dios, antes se comería la piedra y no la convertiría en pan. Hay que ver la intención de la divina Majestad en el momento de la tentación; no es que digamos que es Dios el que nos tienta ¡oh, no! Él no puede hacerlo, pero sí permite que seamos tentados y ejercitados. Y ¿para qué sino para fortalecernos y hacernos más valientes en su servicio...?
Segundo Domingo de Cuaresma
"Jesús, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, sus vestidos se volvieron blancos y resplandecientes. Y he aquí que dos varones hablaban con Él: Moisés y Elías..." (Lc. 9, 28-30)
La primera consideración es ésta: Jesús subió a la montaña y se puso a orar... Nosotros conoceremos que nuestra oración ha sido buena si, como Nuestro, salimos con la faz resplandeciente y los vestidos blancos como la nieve; quiero decir, si nuestra cara brilla por la caridad y nuestro cuerpo por la castidad. La caridad es la pureza del alma, pues no puede soportar en nuestros corazones ningún afecto impuro o contrario a Aquel a quien ama (la caridad y el amor son una sola cosa); y la castidad es la caridad del cuerpo, que rechaza toda clase de impurezas.
si al salir de la oración tenéis un rostro hosco y melancólico, enseguida se verá que no habéis hecho la oración como debierais.
La segunda consideración es que los apóstoles vieron a Moisés y a Elías hablando a Nuestro Señor del exceso que Él iba a hacer en Jerusalén. fijaros bien, durante la Transfiguración están hablando de la Pasión... Y ¿qué exceso es ese? El exceso de que un Dios descienda de su gloria suprema. Y ¿para qué desciende? Viene a tomar nuestra humanidad y a estar sumiso a los hombres, o sea, a todas las miserias humanas, hasta el punto de que, siendo inmortal, se sometió a la muerte y muerte de Cruz...
Me diréis: es bueno subir al Tabor para ser consolados porque eso empuja y hace avanzar a alas almas débiles que no tienen el valor para hacer el bien si n sienten satisfacción. ¡Ah, ni, perdonadme!, la verdadera perfección no se logra entre consuelos. Ya lo veis en la Transfiguración: los tres apóstoles que vieron la gloria de Nuestro señor, no dejaron por ello de abandonarle en su Pasión. Y San Pedro, que siempre había hablado con mucho atrevimiento, fue sin embargo un gran pecador, negando a su Maestro. Del Tabor se baja pecador y al contrario, del Calvario se baja justificado; claro está que siempre que nos hayamos mantenido firmes al pie de la Cruz, Nuestra Señora.
Tercer Domingo de Cuaresma
"Y Jesús les dijo esta parábola: tenía uno plantada una higuera en su viña y vino en busca del fruto y no lo halló" (Lc. 13, 6)
Nuestros corazones son los árboles, los afectos y las pasiones son sus ramas y las obras o actos son los frutos.
Es bueno el corazón que tiene buenos afectos, y son buenos los afectos y las pasiones cuando producen en nosotros buenos efectos y acciones santas. Y si las dulzuras, ternuras y consolaciones nos hacen más humildes, más pacientes, tratables, caritativos y compasivos respecto del prójimo; más fervientes en mortificar nuestras concupiscencias y malas inclinaciones, más constantes en nuestros ejercicios, más dóciles y flexibles respecto a aquellos a quienes tenemos que obedecer, más sencillos en nuestra vida... Sin duda, Filotea, que son de Dios.
Pero si esas dulzuras sólo son dulces para nosotros y nos hacen más indiscretos, agrios puntillosos, impacientes, porfiados, orgullosos, presuntuosos, duros para con el prójimo y que al hacernos creer que ya somos unos santitos, nos impiden sujetarnos a la dirección y a la corrección, indudablemente son consolaciones falsas y perniciosas: "un árbol bueno sólo produce frutos buenos".
No todos los árboles dan sus frutos en la misma estación; pero aquellos que los dan mejores están además produciendo fruto durante más tiempo.
Dios ha escondido, en el secreto de su Providencia, el tiempo en que os va a escuchar y la forma en que os escuchará; y quizá una excelente forma de escucharos será el no escucharos en lo que deseáis, sino en daros lo que Él desea para vos.
Cuarto Domingo de Cuaresma
"Volviendo en sí, dijo: 'Me levantaré, volveré junto a mi Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo'". (Lc. 15, 17-18)
El Salvador, Teótimo, es una luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.
Varios viajeros, hacia el mediodía de un día de verano, se pusieron a dormir a la sombra de un árbol; pero, mientras con el cansancio y la frescura de la sombra estaban durmiendo, el sol fue avanzando hacia ellos, dándoles de plano su fuerte luz en los ojos y el calor, que atravesaba los párpados, les obligó dulcemente a despertarse; unos, al despertar, se levantaron con presteza y fueron a cobijarse en la posada. Los otros, no solamente no se levantaron, sino que volviéndose de espaldas al sol, se calaron los sombreros hasta los ojos y pararon el día durmiendo; al llegar la noche quisieron ir a la posada, pero se perdieron, unos por aquí otros por allá, en el bosque, a merced de los lobos y otras alimañas.
Dime, por favor, Teótimo, ¿no es verdad que los que fueron a la posada debieran estar muy agradecidos al sol, o hablando más cristianamente, al Creador del sol? Desde luego, pues nunca se hubieran despertado a tiempo; el sol les hizo ese favor y, con un cariñoso sermón de claridad y de calor, les vino amablemente a despertar.
Cierto es que ellos no le ofrecieron resistencia, pero también el sol les ayudó mucho a no resistirse por la dulzura con que vino a derramar su luz sobre ellos, haciéndose entrever a través de los párpados; y también por su calor, por su amor, les abrió los ojos obligándoles a ver su luz.
Esto es lo que quiero decirte, Teótimo. Todos los hombres son viajeros en esta vida mortal; casi todos estamos voluntariamente adormilados en el pecado, y Dios, sol de justicia, lanza sobre nosotros, suficiente y abundantemente los rayos de sus inspiraciones.
¡Oh, qué ocasión de regocijarse tienen aquellos que, una vez atraídos y conquistados, siguen la inspiración!
Quinto Domingo de Cuaresma
"Se fue Jesús al Monte de los Olivos... los escribas y fariseos trajeron una mujer sorprendida en adultero... El que de vosotros esté sin pecado que le arroje al primera piedra... Yo tampoco te condeno, vete y no peques más". (Jn. 8, 1-3-7-11)
Que nadie diga: estoy entre pecados, ¿cómo podré revivir? ¡Ah, no!, porque Dios dice: Yo estoy vivo, es tan cierto que yo viva como que yo no quiero la muerte del pecador sino que viva.
Vivir según Dios es amar, y el que no ama permanece en la muerte. Si pues, Teótimo, Dios desea que le amemos y nos anuncia así su extremo deseo de ser amado, todos estamos incluidos en esta amable invitación, querido Teótimo, Dio sino da solamente los remedios suficientes para convertir a los obstinados, sino que emplea con ellos todas las riquezas de su Bondad... otorga con una suficiencia amplia, rica magnífica...
Los humanos nos parecemos a los ápodos; nos sucede que de dejamos las alturas del santo amor y tomamos tierra, aficionándonos a las criaturas; cosa que hacemos cada vez que ofendemos a Dios; cada vez morimos... pero no con una muerte tan total que no nos quede un poco de movimiento y también pernas y pies, es decir, un poco de afecto con el que podíamos sentir un poco de amor; pero todo eso de forma tan débil que realmente por nosotros mismos no podemos despegar nuestro corazón del pecado ni lanzarnos al vuelo de la sagrada dilección, la cual, miserables como somos, habíamos olvidado de manera pérfida y voluntaria.
Bien nos mereceríamos quedar abandonados de Dios, a quien, con tanta deslealtad, hemos abandonado. Pero su amor eterno no deja a su justicia usar de castigo, sino que, lleno de compasión, la insta a retirarnos de esta desgracia. Lo hace enviándonos el viento favorable de una santa inspiración, la cual emplea nuestras alas, nos levanta y nos empuja a volar.
Domingo de Ramos
"Llevaron el pollino a Jesús y echando sus mantos sobre el animal, montaron a Jesús". (Lc. 19, 35)
Como no recuerdo lo que os dije otras veces sobre el tema de esta fiesta en la cual Jesucristo Nuestro Señor hizo su entrada en Jerusalén, he pensado explicaros las razones que le movieron a coger una burra y su pollino para esta entrada real.
La primera es la humildad de este animal; la segunda su paciencia y la tercera, que se dejó montar... No fue casualidad que la burra ya hubiese llevado carga y que el pollino nunca hubiera llevado peso; es porque Dios había cargado ya el pueblo judío con su Ley mientras que los judíos nunca la habían recibido; venía pues el Señor a imponer su yugo, esa es al razón de haber montado un pollino...
La primera razón era la humildad: escogió, entre todos los animales, el más siempre y humilde, pues estando enamorado de la humildad y la bajeza, nada que no fuera humilde podía servirle de montura, Dios no habita ni descansa sino en el corazón humilde y sencillo... Le han humillado y despreciado porque Él así lo ha querido y Él mismo es quien se ha abajado y ha escogido las abyecciones; Él, que era siempre y en todo igual a su Padre, sin dejar de ser lo que era, buscó la repulsa y el rechazo de los hombres.
La segunda es la paciencia... El Señor ha amado tanto esta virtud que ha querido ser un ejemplo y un espejo de ella; ha sufrido con una paciencia invencible que le pegasen y maltratasen. La humildad tiene tanto en común con la paciencia que no pueden ir una sin la otra: quien quiera ser humilde, tiene que ser paciente pues no se pueden soportar, por largo tiempo, los trabajos y adversidades de esta vida sin tener humildad, y ésta nos vuelve dulces y pacientes...
El tercer motivo fue porque este animal es obediente y se deja cargar cómo y tanto como se quiere, sin disgusto y sin sacudir nunca la carga que se le pone encima... ¡Bienaventuradas las almas que son dóciles y sumisas, pues el Señor las conducirá!
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