miércoles, 15 de junio de 2022

San Antonio de Padua nos enseña que debemos huir de los falsos pastores que secundan los vicios

 


Mercenario = Que trabaja exclusivamente por dinero.

Del lat. mercenarius. adj. Dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio (a cambio de dinero) sirve en la guerra a un poder extranjero.


Crisóstomo, in Joanem hom 58 (Catena Aurea):
 Y en primer lugar enseña quién es el impostor y el ladrón, diciendo: "En verdad, en verdad os digo: que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, mas sube por otra parte, aquel es ladrón y salteador". El se refiere de una manera tácita a todos aquellos que vinieron antes que El y a los que vendrían después, al anticristo y a los falsos cristos. Llama puerta a las Escrituras, porque éstas enseñan el conocimiento de Dios; ellas son las que guardan las ovejas y no dejan que se acerquen los lobos, cerrando la entrada a los herejes. Así, pues, el que no usa de las Escrituras, sino que sube por otra parte, esto es, adopta otra vía distinta y no legítima, éste es un ladrón. 




San Antonio de Padua. 

Confesor y Doctor de la Iglesia 

Martillo de Herejes

II Fuga del mercenario y rapiña del lobo

8.‑ “En cambio, el mercenario, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona a las ovejas y huye; y el lobo arrebata y dispersa a las ovejas. El mercenario huye, porque es mercenario y no le importan las ovejas” (In 10, 12‑13).

Poco antes, el Seńor había. dicho: “En verdad, en verdad les digo: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, es un ladrón y un salteador” (Jn 10, 1). Aquí resaltan cuatro figuras: el buen pastor, el ladrón y salteador, el mercenario y el lobo.

Con estas cuatro figuras se puede establecer una concordancia con los cuatro caballos del Apocalipsis: “Miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba, tenía un arco; y le fue dada una corona; y salió vencedor, para seguir venciendo. Y salió otro caballo, bermejo; y al que le montaba, le fue dado el poder de quitar la paz de la. tierra, para que se mataran unos a otros; y se le dio una gran espada. Y miré; y he ahí un caballo negro; y el que lo montaba, tenía una balanza en la mano. Y oí una voz en medio de los cuatro seres vivientes, que gritaba: “Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dańes el aceite ni el vino. Y he ahí, en fin, un caballo amarillo; y el que lo montaba, se llamaba Muerte; y lo seguía el infierno. Y le fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la muerte y con las bestias salvajes” (6, 2‑8).

Sentido alegórico. “Miré, y he ahí un caballo blanco”. El caballo blanco representa la humanidad del buen pastor, Jesucristo, que está muy bien simbolizado en el caballo blanco, porque fue inmune de toda mancha de pecado. De este caballo dice Zacarías: “Vi de noche, y he ahí un varón montado sobre un caballo rojo, el cual estaba entre los mirtos en un valle profundo” (Zac 1, 8). La noche, en la que sucede la visión, simboliza el misterio que envuelve los fenómenos místicos. El varón montado sobre el caballo rojo es el Salvador, cuyas vestiduras, o sea, su carne, son rojas por la sangre derramada en la pasión; y por esto se muestra sobre un caballo rojo al pueblo que todavía está esclavizado.

En cambio, en el Apocalipsis de Juan, el Salvador se muestra al pueblo ya liberado con vestiduras blancas. El está entre los mirtos, o sea, entre los ejércitos angélicos, que lo sirven también mientras se halla en un valle profundo, o sea, en su carne humana. Dice Mateo: “Los ángeles se le acercaron y lo servían “ (4, 11). o, “entre los mirtos”. El mirteto es un lugar donde crecen los mirtos. El mirto es una especie de planta, “de agradable aroma y con poder curativo” (Glosa). Deriva su nombre del “mar” y prefiere los litorales.

El mirto simboliza la pureza del justo, que es de agradable aroma con respecto al prójimo y de gran poder terapéutico con respecto a uno mismo. Su habitat preferencial es el litoral, o sea, la compunción del corazón.

A este propósito dice Isaías: “En lugar de la saliunca crecerá el abeto, y en lugar de la ortiga, el mirto” (55, 13). La saliunca es una hierba salobre, una especie de arbusto o de sauce. El abeto es llamado así, porque se eleva por encima de los demás árboles (en latín, abies, de abeo, voy lejos). La saliunca simboliza la avaricia, amarga y estéril; y en su lugar, cuando Dios infunde en la mente la gracia, se eleva el abeto de la celestial contemplación. La ortiga, llamada así porque su contacto irrita o quema (en latín, uro) el cuerpo, es de naturaleza ígnea, y representa la lujuria de la carne; y en su lugar el Seńor hará crecer el mirto de la continencia. Entonces el Seńor mora entre los mirtos, o sea, en aquellos que, por la virtud de la pureza y el perfume de la buena fama, sirven a Dios en el valle profundo de la humildad.

“Vi, y he ahí un caballo blanco; y el que lo montaba, tenía un arco”. El que cabalga el caballo es la divinidad, que como un soldado sobrepuja a la humanidad. El arco, que consta de cuerda y de madera, representa la misericordia y la justicia de Dios. Como la cuerda dobla la madera, así la misericordia excede la justicia. Dice Santiago: “La misericordia triunfa sobre el juicio” (2, 13).

En su primera venida, Cristo trajo consigo la cuerda flexible de la misericordia, para conquistar a los pecadores; pero en la segunda venida golpeará con el leńo de la justicia, y dará a cada uno según sus obras (Mt 16, 27).

“Y le fue dada una corona”. A Cristo, Dios y Hombre, le fue dada una corona con respecto a la humanidad, con la cual lo coronó su madre en el día de sus desposorios. o también: le fue dada una corona de espinas por su madrastra, la sinagoga.

“Y salió vencedor para vencer aún más”. Dice Juan: “Salió hacia el Calvario, llevando su cruz”, victorioso sobre el mundo, para vencer también al diablo.

 

“9.‑ Sentido moral : Vi, y he ahí un caballo blanco”. El caballo blanco simboliza el cuerpo del buen pastor y del prelado de la Iglesia. Este caballo debe ser blanco, de la blancura de la castidad. El jinete de este caballo es el espíritu, que debe dominarlo con el freno de la abstinencia y acicatearlo con las espuelas del amor y del temor de Dios, para alcanzar el premio de la vida eterna. “No dańa usar la espuela con el caballo lanzado en su carrera” (Ovidio).

El arco representa la Sagrada Escritura: en la madera está indicado el Antiguo Testamento; en la cuerda que dobla la dureza, el Nuevo Testamento; y en la flecha, la comprensión, que hiere y penetra los corazones.

El buen pastor debe tener este arco en la mano, o sea, en su obrar. Dice Job: “Mi arco se fortalecía en mi mano” (29, 20). El arco se fortalece en la mano, cuando la predicación está respaldada por las obras. “Y le fue dada una corona”. La corona sobre la cabeza es la recta intención de la mente, de la que dice Jeremías: “Cayó la corona de nuestra cabeza. ĄAy de nosotros, porque hemos pecado!” (Lm 5, 16). La corona cae de la cabeza, cuando el hombre abandona la recta intención; y por ende, Ąay de él! “Y salió vencedor, para seguir venciendo”. Salió de la codicia del mundo, venciendo la lujuria de la carne y también para vencer la soberbia del diablo. Si el prelado fuere como este caballo blanco, con toda razón puede exclamar: “Yo soy el buen pastor”.

“Y salió otro caballo, rojo”. El caballo rojo es el ladrón y salteador “que no entra por la puerta en el redil de las ovejas”. La puerta es Cristo: no entra por Cristo el que busca sus cosas y no las de Cristo.

El término ladrón deriva de “esconder” (en latín, latere). El término salteador, fur deriva de furvus, oscuro. El ladrón es aquel que se esconde para despojar y matar a los incautos; el salteador es aquel que durante la oscuridad de la noche arrebata las cosas ajenas. Es ladrón y salteador aquel que, por ambición, “asume el honor sacerdotal, sin ser llamado por Dios como Aarón” (Hb 5, 4). El que consigue alguna prelatura por simonía, es ladrón, porque usurpa por medio del dinero el oficio de pastor, y aprovecha como en una noche oscura para apropiarse de lo ajeno. Hace suyas a las ovejas, que robó al Seńor. Es ladrón, porque se esconde bajo la apariencia de la santidad. Se presenta como oveja, mientras es un lobo, o como gavilán, mientras es un avestruz; y de esa manera despoja a los incautos de sus virtudes y los mata en el alma.

Con razón es llamado caballo rojo. El que monta este caballo es el espíritu de ambición y de gloria temporal, que quita la paz de la tierra, o sea, de la mente del mismo ladrón y salteador. El espíritu de ambición no permite que el desgraciado tenga la quietud de la mente. Es como un cazador que persigue la presa que huye y a la vez corre de una parte a otra, para procurarse las cosas temporales. Apercibe el bienaventurado Bernardo: “Tú multiplicas las prebendas, subes al archidiaconado, aspiras al episcopado, poco a poco te elevas; pero en un momento y desprevenidamente te precipitas en el infierno”. Y todavía‑ “El explorador merodea con diligencia, simula y disimula, se pone a la zaga y obsequia, trepa con las manos y los pies, para entremeterse de cualquier manera en el patrimonio del Crucificado”.

Otro sentido: “Quita la paz de la tierra”, cuando, a través de este hijo de la perdición, siembra la discordia en la iglesia. Por eso sigue: “Para que se mataran unos a otros”. Los ladrones y los salteadores, o sea, los prelados simoníacos, se matan unos a otros con la espada de la discordia y de la envidia, cuando se desacreditan, cuando calumnian y cuando ladran uno contra otro. Dice Isaías: “Allí los sátiros danzarán”; y de nuevo: “Los sátiros se gritarán unos a otros” (13, 21; 34, 14). Hoy en la iglesia, los simoníacos adinerados danzan y se divierten como los sátiros; y un simoníaco acusa a otro; y todo el día están absorbidos por procesos, intrigas, griterías, extorsiones y diatribas. Y concluye: “Y le fue dada una gran espada”. La espada puntiaguda y afilada es la gloria temporal, por la que y con la que los infelices se hieren y se matan.

10.‑ “Y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba, tenía en la mano una balanza”. Es llamado negro (en latín, niger), o sea, casi nubiger (que lleva nubes), porque no está sereno, sino nebuloso. El caballo negro es el mercenario, del que dice el Seńor: “El mercenario, que no es el pastor y al que no le pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo, huye”... El mercenario, así llamado, porque está contratado por “la merced” o el pago, representa al prelado, que sirve únicamente en la iglesia por los premios temporales. De tal individuo dice el Profeta: “Te alabará, cuando lo habrás beneficiado” (Salm 48, 19). Y dice todavía el Seńor: “En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron los panes y se hartaron” (Jn 6,

26). Cuando el vientre está lleno, canta con ganas el salmo 50 “Miserere”: “ĄTen piedad de mi Seńor!”.

Este mercenario no es pastor sino simulador (en latín, ídolum). Por esto dice Zacarías: “ ĄAy del pastor y del simulador, que abandona la grey! Una espada está sobre su brazo y sobre su ojo derecho. Su brazo se paralizará del todo, y su ojo derecho, entenebreciéndose, se oscurecerá” (11, 17). En el brazo está representada la capacidad operativa, y en el ojo, la luz de la razón.

Dice el profeta: “Pastor y simulador”; pero lo dice como rectificándose: “No pastor, sino simulador”. Y eres tan perverso que, más que adorador de !dolos, te has de llamar a ti mismo “ídolo” (ficción), El ídolo usurpa el nombre de Dios, pero no es Dios. Así es el falso pastor, que abandona el rebańo, porque las ovejas no le pertenecen. Y por esto la espada, o sea, la ira divina, estará sobre su brazo y sobre su ojo derecho, para que su vigor y la ostentación de su fuerza se sequen por la falta de la gracia y de las buenas obras; y la luz de la razón se oscurezca por las tinieblas terrenas, porque, por justo juicio de Dios, se volverá incapaz de obrar y enceguecido en su discernimiento.

Narra el primer libro de los Reyes: “Helí estaba acostado en su aposento; y sus ojos comenzaban a oscurecerse; y no podía ver la lámpara del Seńor antes que la apagaran” (3, 2‑3). Helí se interpreta “extrańo”, e indica al prelado, contratado por el estipendio y ajeno al reino de Dios. Este está recostado en su lugar, o sea, en el pantano de la carne, disoluto. Sus ojos, o sea, la luz de la razón y de la inteligencia, están oscurecidos por la neblina, o sea, por el amor de las cosas terrenas; y así no puede ver la lámpara, o sea, la gracia de Dios antes que se apague; o sea, no pondera ni reconoce hallarse privado de la luz de la gracia, sino cuando la luz de la misma gracia se hubiere extinguido. En efecto, muchos son tan ciegos que no reconocen haber perdido la gracia de Dios, sino cuando del estado de gracia cayeron en la ceguera del pecado mortal. Con razón se dice en el Apocalipsis: “He ahí el caballo negro”, no cubierto por la serenidad de la gracia, sino por la oscuridad de la culpa.

“El que lo montaba, tenía en mano una balanza”. El jinete del caballo negro, o sea, el mercenario, es el espíritu de los negocios. El mercenario, acicateado por estas espuelas, como un mercader, vende a precio fijo la paloma, o sea, la gracia de Dios, que debe ser distribuida gratuitamente; y así transforma la casa de Dios en un mercado. El mercenario tiene en mano una balanza falsa, de la que dice Oseas: “Canaán, teniendo en mano una balanza falsa, amó el engańo” (12, 7). Canaán se interpreta “mercader” y simboliza al mercenario de la iglesia que, enredado en los negocios de este mundo, no cuida a las ovejas de Dios. Dice Jerónimo: “Lo que es la usura en el laico, son los negocios en el clérigo”.

En su mano tiene una balanza falsa, porque predica de una manera y vive de otra; obra de una manera y ostenta otra; predica la pobreza y es avaro; la castidad y es lujurioso; el ayuno y la abstinencia y es goloso; coloca sobre los hombros de la gente cargas pesadas e insoportables, pero él no las toca ni con el dedo (Mt 23, 4). Esta es la balanza falsa, contra la cual truena el Seńor: “Has de tener pesas justas y medidas justas” (Lv 19, 36).

La balanza se llama así, porque pende en equilibrio con un fiel entre dos platos (balanza: ba, bis, dos; lanza, lanx, plato). Los dos platos son el desprecio del mundo y el deseo del reino celestial. El fiel es el amor de Dios y del prójimo. Esta es la auténtica balanza que pesa con exactitud, dando a cada uno lo suyo: al mundo el desprecio, a Dios la adoración, y al prójimo el amor. Pero en la mano de Canaán, o sea, del mercader interesado, no hay tal balanza, sino una falsa. Dice el Profeta: “Obra con engańo y así su culpa se vuelve odiosa, porque ama la calumnia” (Salm 35, 3). La calumnia deriva del latín calvor, engańar.

Este mercenario negociante “confecciona cojines para todo brazo y almohadas para la cabeza ( de personas) de toda edad” (Ez 13, 18), porque, a motivo de las ganancias, secunda los vicios, endulza las culpas y no impone las penitencias adecuadas; y, escondiendo su avaricia bajo la apariencia de la misericordia y de la compasión, dice “ĄPaz, paz!”; pero no hay paz, “haciendo vivir las almas que no viven” (Ez 13, 19); y así engaña a los fieles de Jesucristo.

A todo esto se refieren las palabras: “Dos libras de trigo por un denario” ... Es llamado “bilibre” un vaso que contiene dos sextarios (más o menos, un litro). En el trigo está representada la fe, en el único “denario” la sangre de Jesucristo. El bilibre (dos libras) de trigo es la iglesia de los rieles, formada por dos pueblos y rescatada con la sangre de Jesucristo. “Y tres bilibres de cebada por un denario”. Estos son los fieles de la misma Iglesia, de grado inferior, que perseveran en la fe de la santa Trinidad. También éstos son rescatados con la sangre de Jesucristo.

Otra interpretación. En el trigo están representados los religiosos, en la cebada los laicos. El bilibre de trigo es la vida de los religiosos, que como el trigo ha de ser cándida en lo interior por la pureza de la mente y rojo oscuro en lo exterior por la maceración del cuerpo. Esta debe contener en sí misma dos sextarios. En los dos sextarios está designado el doble precepto de la caridad: el amor a Dios y el amor al prójimo, que llevan a todo hombre a la perfección.

La cebada (en latín, hordeum con resonancia de árido) es el primero de los cereales que madura, y representa a los laicos, los que, al surgir el sol de la persecución, muy pronto se vuelven áridos, porque “creen por algún tiempo, pero en el tiempo de la persecución desfallecen” (Lc 8, 13). Entonces los tres bilibres de cebada son todos los fieles laicos, que por lo menos tienen la fe en la santa Trinidad. Tanto los religiosos como los laicos son rescatados con el único denario, marcado con la imagen del rey y de su inscripción, o sea, con el precepto de la obediencia; y si el hombre hubiera guardado la obediencia, no habría perdido la imagen y semejanza de Dios.

“Y no dańes ni el vino ni el aceite”. En el vino, que embriaga, está representada la vida contemplativa, que embriaga las mentes de tal modo que se despreocupan de todas las cosas materiales. En el aceite, que flota sobre todo líquido y, derramado sobre el agua, hace más visibles las cosas que yacen escondidas en lo profundo, está indicada la vida activa, que se preocupa de todas las necesidades y enfermedades del prójimo y con las obras de misericordia lleva un poco de luz a las oscuridades de la pobreza.

Ya que la Iglesia está compuesta por religiosos y laicos, por gente de vida activa y contemplativa, a aquel mercenario se le ordena que no los perjudique con su mal ejemplo. Afirma Gregorio: “El prelado merece tantas muertes, cuantos son los malos ejemplos que transmite a la posteridad”.

11.‑ “Este mercenario, porque no le pertenecen las ovejas, al ver venir al lobo, huye”

El lobo es llamado así, porque, casi como el león, tiene tal fuerza en las garras que, cualquier cosa que estruje, deja de vivir. Tiende acechanza a las ovejas y las asalta a la garganta, para estrangularlas rápidamente. Su estructura corpórea es un tanto rígida, y no puede doblar fácilmente la cabeza; corre como irrumpiendo y por eso a menudo es burlado. Se cuenta que “si por primero ve a alguien, por alguna fuerza de la naturaleza le quite la voz; pero si se ve descubierto, pierde la audacia y la ferocidad”. (Isidoro). Si tiene hambre y no halla nada para arrebatar, se alimenta de tierra, después sube a un monte y con las fauces abiertas llena de viento las vísceras hambrientas. Tiene gran terror por dos cosas: el fuego y el camino frecuentado. El lobo es figura del diablo y del tirano de este mundo, sobre el cual el diablo cabalga.

Y éste es el caballo cuarto, del que el Apocalipsis dice: “He ahí un caballo amarillo; y el que lo montaba, se llamaba Muerte”. Como el soldado se sirve del caballo, así el diablo, cuyo nombre es la Muerte, porque “por su causa la muerte entró en el mundo” (Sb 2, 24), se sirve del cruel tirano de este mundo, para desconcertar y arruinar a la iglesia.

El mercenario, al verlo llegar, abandona a las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa. El uno abandona y el otro arrebata; el uno huye y el otro dispersa. El diablo, como el lobo, mata todo lo que aplasta con el pie de la soberbia. Por eso David, en el temor de ser aplastado por el pie de la soberbia, oraba diciendo: “ĄNo venga sobre mí el pie de la soberbia!” (Salm 35, 12). Como todos los miembros se apoyan en los pies, así todos los vicios gravitan en la soberbia, porque es “el principio de todo pecado” (Ecli 10, 15).

El diablo tiende acechanzas a las ovejas, o sea, a los fieles de la iglesia, a los que agarra de la garganta, para impedir que confiesen sus pecados. Y tiene tanta soberbia, que no puede agachar la cabeza delante de la humildad. Ataca improvisamente irrumpiendo con la tentación, pero es chasqueado por los santos que conocen todas sus astucias. Pero si ve a un hombre imprudente, lo hace mudo para que no confiese sus crímenes ni alabe a su Creador. En cambio, si el hombre vigila sobre sí mismo y previene las tentaciones, el diablo se avergüenza por haber sido descubierto; y así la tentación pierde su fuerza. Como en los santos no halla nada qué comer, se nutre de tierra, o sea, de los avaros y lujuriosos. Después, sube al monte, o sea, se acerca a los que gozan de cargos elevados, y ahí se alimenta con el viento de su vanagloria y de su pompa mundana.

El diablo tiene terror, sobre todo, de dos cosas: el fuego de la caridad y el camino trillado de la humildad. Si el mercenario gozara de estas dos cualidades, por cierto no huiría; pero propiamente huye, porque es mercenario y a él no le pertenecen las ovejas.

El mercenario y el diablo están unidos por algún tipo de amistad y trabados por un pacto. Dice el diablo al prelado, lo que dijo el rey de Sodoma a Abraham: “Dame las almas; lo demás: la lana, la carne y la leche, tómalo para ti” (Gen 14,21).

El diablo y el tirano de este mundo obran con los prelados de nuestro tiempo como los lobos con los pescadores del pantano Meótide (por el mar de Azov). Se cuenta que los lobos se acercan al lugar donde están los pescadores: si los pescadores les tiran algún pescado, no provocan dańos; pero si no se lo dan, rompen las redes cuando están extendidas sobre la arena para secarse (Plinio). Así los prelados de la iglesia dan al diablo los peces, o sea, las almas que viven en las aguas del bautismo, y ceden los bienes de la Iglesia al tirano del mundo, para que no obstaculicen ni rompan las redes de sus negocios y de sus intrigas temporales ni molesten sus relaciones con los parientes.

Con razón se dice: “He ahí un caballo amarillo; y el que lo montaba se llamaba Muerte; y el infierno lo seguía”, o sea, los insaciables de cosas terrenas lo imitan. “Y se le dio poder sobre cuatro partes de la tierra”, o sea, sobre todos los malvados dondequiera que vivan; “para matar con la espada” de las malas sugestiones, “con la privación” de la palabra divina, “con la muerte” del pecado mortal, y “con las fieras salvajes”, o sea, los primeros impulsos de la carne corrupta.



Contra los malos sacerdotes que pierden a las almas San Antonio de Padua dice:


A Simón, como a todo obispo, se dice: “Navega mar adentro”; y después, en seguida se les dice a sus sufragáneos y a sus colaboradores: “Echen las redes para la pesca”. Si la barca de la iglesia no es guiada por el prelado mar adentro”, o sea, a las alturas de la santidad, los sacerdotes no echan las redes para la pesca, sino que desvían a las víctimas hacia lo profundo.

Se lee en Oseas.‑ “Escuchen esto, oh sacerdotes; contra ustedes se hace el juicio, porque llegaron a ser un lazo, en lugar de vigilar, y como una red tendida sobre el Tabor. E hicieron caer a las víctimas en lo profundo” (5, 1‑2). Presta atención a estas tres palabras: lazo, red e hicieron caer, porque ellas seńalan los tres vicios de los sacerdotes: la negligencia, la avaricia, y la gula y la lujuria.

1 comentario:

  1. San Juan Crisóstomo, ut supra (Catena Aurea):
    Llama extraños a Judas y a Teudas y a los demás falsos apóstoles que debían venir después de ellos. Para no confundirse con ellos, se distingue en muchas cosas. En primer lugar por la doctrina de las Sagradas Escrituras, por las cuales Cristo atraía a sí a los hombres, mientras que ellos separaban a los hombres de esas mismas Escrituras. En segundo lugar, por la obediencia de las ovejas, pues los hombres creyeron en El no sólo durante su vida, mas a ellos los abandonaron inmediatamente

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