Oh santo penitente Agustín, serafín del amor divino, milagro indescriptible de la misericordia divina, obtén para nosotros de Dios un dolor verdadero, perfecto y sincero por nuestros pecados, un amor devoto y constante a Dios, un amor que triunfa sobre todas las dificultades, tentaciones y tribulaciones, un fervor sabio e incansable en la observancia de los mandamientos divinos y el cumplimiento de nuestros deberes! Ayúdanos sobre todo en la formación de nuestros hijos. ¡Mira cuántos peligros expone su virtud e inocencia en el mundo! ¡Mira cuán numerosas son las trampas y los engaños preparados para la ruina de sus almas por la carne, y a través de las palabras y el ejemplo de hombres malvados y de mente mundana! Si no reciben ayuda extraordinaria, ¿cómo pueden resistir tales tentaciones? ¡Oh, gran San Agustín, tómalos bajo tu protección! A nuestros esfuerzos en su nombre, únete con tu intercesión por ellos ante Dios. Ejerce toda tu influencia y, con la compasión de tu corazón amoroso, intercede ante la Santísima Trinidad por ellos.
No permitas que nuestros hijos, santificados en las aguas del bautismo, sean expulsados de la presencia de Dios por el pecado mortal y sufran un castigo eterno. Presérvalos del más grande de todos los males aquí abajo, a saber, el de negar el amor de Jesucristo, a través del afecto a alguna criatura o el miedo a alguna desgracia. ¡No, oh gran san Agustín! ¡Más bien déjenlos a ellos y a nosotros, sus padres, morir en la gracia de Dios, que vivir para ofenderlo mortalmente! ¡Este favor te lo suplicamos por tu intercesión, oh santo hijo de una madre santa, tú que con gusto recibes y escuchas las oraciones de una madre! ¡Confío en que ya haya escuchado mis peticiones y que obtenga una respuesta favorable de Dios! Amén.
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