Oh Vara de Jesé, Santa Flor de David, Santísima Virgen María: nos has dado a luz al tan esperado Emanuel. Tú eres la Ciudad Santa, fundada por Dios mismo, oh Virgen digna de toda alabanza, que nunca tuviste ni tendrás igual. Verdaderamente eres tú "bendita entre las mujeres", que hiciste descender del cielo el Fruto de la Vida. Tú eres, oh Virgen inigualable, aquella a quien Dios ha cargado con todas las riquezas del universo, el verdadero Árbol de la Vida, plantado en medio mismo del Paraíso, de cuyas ramas no sale el fruto del pecado, sino el alimento de la Inmortalidad.
¡Salve, Reina, vestida del sol, para cuyos pies la luna es estrado, cuya diadema está adornada con las estrellas del cielo! ¡Salve, Madre, más afortunada que todas las demás madres, en que te convertiste para el hombre caído en la Puerta del Paraíso! ¡Salve, Gloria del cielo, Esplendor del Reino de Dios, Arca de la Eterna Alianza, primicia de nuestra regeneración, Bella Criatura de la Mano de Dios!
Más hermosa que la rosa eres tú, más pura que la pureza del lirio, más inmaculada que la nieve caída: brillas con mayor gloria que el sol radiante. Tú eres sobre todos los ángeles y todos los santos. Tú eres la Hija de la gracia y la bendición que has dado a los hijos de Eva la Vida Eterna, al darles a tu Hijo.
Oh dulce, oh Madre amorosa: a Dios, tu Hijo, encomiéndanos, porque para Él son honrosas todas tus oraciones. Consíguenos que mientras estemos en la tierra te alabemos, te agrademos con la inocencia de nuestra vida, y así merezcamos un día llegar al cielo, donde, por toda la eternidad, en tu glorificación, nos regocijaremos. Amén.
(San Venancio)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.