Obispo, Doctor de la Iglesia por sus escritos sobre la moral.
Fundador de la Congregación del Santísimo Redentor (los Redentoristas)
Patrón de confesores y moralistas.
(1696-1787).
En 1950 Pio XII lo proclamó patrón de los confesores y de los moralistas
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes
A San Alfonso de Ligorio se dirige hoy el homenaje universal del mundo. Grande por sus obras y su doctrina, a él se aplica directamente el oráculo del Espíritu Santo. “Los que enseñan la justicia a muchos, brillarán como las estrellas en la eternidad sin fin”.
SAN ALFONSO. — ¿Quién sería pues el que, en el callejón tenebroso, donde los doctores, entonces en boga, habían conducido a los espíritus más firmes, encontraría la llave de la Sabiduría? Mas la Sabiduría guardaba entre sus tesoros, formulas de nuevas costumbres. Lo mismo que en otros tiempos a cada dogma atacado había suscitado nuevos defensores; en frente a una herejía que, a pesar de las pretensiones especulativas de sus principios no tuvo más que en ellos una importancia duradera, levantó a Alfonso de Ligorio como el enderezador de la fe, entonces torcida, y al Doctor por excelencia de la moral cristiana. Alejado por igual de un rigorismo fatal y de una condescendencia perniciosa, supo volver a las justicias del Señor, hablando como el Salmo, su rectitud al mismo tiempo que su don de alegrar los corazones, a sus mandamientos la luminosa claridad que les hace justificarse por ellos mismos, a sus oráculos la pureza que arrastra las almas y conduce fielmente a los pequeños y a los sencillos desde los principios de la Sabiduría hasta sus cumbres.
VIDA. — Alfonso María de Ligorio nació de padres nobles en Napóles el 27 de Septiembre de 1696. Su juventud fué piadosa, estudiosa y caritativa. A los 17 años era ya doctor en Derecho Civil y Canónico, y poco después comenzaba una brillante carrera de abogado. Mas, ni sus escritos, ni las instancias de su padre que quiso casarle, le impidieron dejar el mundo: ante el altar de Nuestra Señora hizo voto de recibir las Ordenes. Ordenado de Sacerdote en 1726 se dedicó a la predicación. En 1729 una epidemia le permitió entregarse al cuidado de los enfermos en Ñapóles. Poco después se retiró a Santa María de los Montes con unos compañeros y con ellos se preparó a la evangelización de aquellas campiñas. En 1732 estableció la congregación del Santísimo Redentor que le había de ocasionar numerosas dificultades y persecuciones; más bien pronto las vocaciones afluyeron y el Instituto se difundió rápidamente. En 1762 era nombrado Obispo de Santa Agueda de los Godos, cerca de Nápoles. Al punto emprendió la visita de su diócesis, predicando en todas las parroquias y tratando de reformar al clero. Al mismo tiempo continuaba dirigiendo su Instituto y el de religiosas que había fundado para server de ayuda, con su oración contemplativa, a sus hijos misioneros. En 1775 renunció al episcopado para Volver a sus hijos. Muy pronto se produjo una escisión en el Instituto de los Redentoristas y S. Alfonso fué excluido de su familia religiosa. La prueba fué grande, más él no perdió el valor y aún predijo que la unidad se llevaría a cabo después de su muerte. A sus enfermedades físicas vinieron a unirse crisis de escrúpulos y diversas tentaciones; mas en medio de todo esto su amor hacia Dios no cesaba de crecer. Por fin murió el 1 de Agosto de 1787 a la hora del Angelus. Gregorio XVI le inscribió en el catálogo de los Santos en 1839 y Pío IX le declaró Doctor de la Iglesia.
EL EJEMPLO DE UN SANTO. — Gloria sea a ti, que en nuestro tiempo de decadencia renuevas la juventud de la Iglesia, a ti en quien aquí abajo se abrazan una vez más la justicia y la paz al encontrarse con la misericordia y la verdad. Tú diste sin reservas tu tiempo y fuerzas para obtener un tal resultado. “El amor de Dios no está nunca ocioso, decia S. Gregorio; si existe tiene que hacer cosas grandes; si rehusa obrar, entonces no es amor”. ¡Oh qué felicidad la tuya en el cumplimiento del voto temible que habrás hecho de no tener ni siquiera un instante de descanso! Cuando se te presentaron intolerables dolores que hubieran podido justificar, si no exigir, el descanso, se te vió apretando contra la frente con una mano el mármol que parecía disminuir un poco tus dolores y con la otra escribiendo tus obras tan preciosas.
¡Pero mayor fué todavía el ejemplo que Dios quiso dar al mundo cuando permitió que, agotado por los años, la traición de uno de tus hijos atrayese sobre ti la desgracia de aquella Sede Apostólica, por la cual se había consumido tu vida y que, en cambio, te apartaba, como indigno, del Instituto que tú habías fundado! Entonces tuvo licencia el infierno para unir sus golpes a aquellos que venían del cielo; y tú, el Doctor de la paz, conociste asaltos espantosos contra la fe y la santa esperanza. Así se iba coronando tu obra en la debilidad más ponderosa que todo; así mereciste a las almas tentadas el apoyo de la virtud de Cristo. Pero habiéndote vuelto niño por la obediencia, estuviste a la vez más cerca del reino de los cielos y del pesebre cantado por ti con acentos tan dulces; y la virtud que el Hombre-Dios sentía salir de Sí durante su vida mortal, fluía de ti con una tal abundancia sobre los niños enfermos, presentados por sus madres para que les bendijeses, que ella les curaba a todos.
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