8 DE AGOSTO: SAN JUAN MARIA VIANNEY, CONFESOR
Santoral del Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
LA POPULARIDAD DE LOS SANTOS. — “Es un hecho que la Iglesia, después que ha pronunciado con previo, largo y minucioso conocimiento de causa, que tal o cual de sus hijos practicó en grado heroico las virtudes del Evangelio y que Dios le ha recompensado con el privilegio auténtico de hacer milagros, cuando inmediatamente es invocado, amado, aclamado, por desconocido que haya sido antes a las naciones extranjeras, y a pesar de sus esfuerzos por ocultarse a los demás e ignorarse así mismo.
“Aunque no haya sido más que un humilde cura de una parroquia de 200 almas, como fué la de Ars, a pesar de eso, los católicos del universe saben su nombre y quieren saber los detalles de su biografía. Si juzgamos a los santos con miras humanas, sería necesario declararles como los más astutos de todos los demás hombres, ya que ellos se dirigen, como por instinto, hacia esa celebridad mundial que muchos envidian sin poder nunca obtener.
“Nada, fuera de este aspecto, es atractivo en el espectáculo de su vida. Porque, ¡qué variedad en sus caminos y en sus métodos! ¡Qué diversidad, por no decir que contraste de caracteres y de obras! Unos permanecen extraños al mundo y solitarios; éstos, desbordantes de iniciativa, dejan sobre una sociedad, sobre un país o sobre su época la impronta de su acción; aquellos caminan en medio de tinieblas y a través de continuos matorrales de espinas que les hacen sangrar, mientras que otros muchos saltan por encima de los obstáculos y se ciernen en medio de la luz más brillante.
“Se ha creído mucho tiempo en la monotonía de los Santos. Mas en nuestros días van adquiriendo fama por todas partes. Escritores de valía han notado que la interesante ascensión de un genio es inferior a la emoción más fuerte de ver a un cristiano ascender hacia la perfección'”.
UN CURA DE ALDEA. — ¿Qué encontramos hoy en el Calendario Litúrgico? Un cura de aldea: un pobre cura tan poco dotado intelectualmente que aún sus superiores dudaron permitirle ascender a las Ordenes. Le negaron por mucho tiempo el oficio de confesar y después le enviaron a una parroquia de las más, pequeñas y de las más pobres de la Diócesis de Lyon: de aspect tan enclenque y de aire tan campesino que sus feligreses, que no eran exigentes, no se mostraron muy contentos; de memoria tan rebelde, que le eran necesarias siete u ocho horas de esfuerzos para aprenderse sus sermones; de una pobreza tan extrema que no tenia más que una sotana raída, un sombrero viejo, zapatos burdos claveteados, y que por toda herencia no pudo dejar a su parroquia más que su cuerpo extenuado por los ayunos, las disciplinas y el cilicio.
LA CONVERSIÓN DE UNA PARROQUIA. — Y sin embargo de eso, este pobre sacerdote haría que pronto se hablara de él. Al enviarle a Ars, el Vicario General le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esa parroquia. Implántale tú, si puedes.” Nunca fué observada mejor una consigna. Mas esto no sucedió sin sufrimientos, y más tarde el santo cura dirá: “Si yo hubiese sabido lo que debía sufrir aquí, hubiera muerto repentinamente.” No perdonó nada para alcanzar de Dios la conversión de su parroquia. Se levantaba a la una o a las dos de la mañana, y pasaba una gran parte del día ante el Santísimo Sacramento; todas las tardes se daba disciplina hasta derramar sangre; jamás usaba de calefacción; su caridad le llevaba hacia todas las miserias de las almas a él confiadas, hacia los enfermos a quien el reconfortaba y salvaba.
Sus feligreses debieron pronto reconocer los méritos del cura que la Providencia les había enviado. Cuando le vieron transfigurado en el altar en que celebraba el Santo Sacrificio, cuando oyeron sus sermones muy sencillos, pero ardientes de amor de Dios y más todavía sus catequesis que ilustraba tanto a los grandes como a los más pequeños, cuando se dieron cuenta de las mortificaciones, que se imponía por ellos, cuando oyeron al demonio perseguirle, su estima aumentó y no tardaron en proclamar su santidad.
CONVERSIÓN DE LAS MULTITUDES. — Su fama se extendió pronto por doquier y pronto las muchedumbres se agolpaban para ver a aquel cura que leía en las almas, predecía el futuro, curaba a los enfermos y tranquilizaba a las conciencias dándolas la luz y el perdón de parte de Dios. Mientras que en la otra extremidad de la diócesis de Belley, en otra aldea llamada Ferney, se veía a algunos admiradores esforzarse por sostener el prestigio de Voltaire, las muchedumbres cansadas ya de tanta duda, corrían hacia un humilde sacerdote, hacia una pobre al dea, hasta entonces desconocida, y allí comenzaban de nuevo a creer, esperar y amar. Dios realizaba una vez más la palabra del Apóstol San Pablo: “confundía con la necedad de la cruz la sabiduría de los sabios”. Durante muchos años hubo un afluir de gente hacia Ars, comparable al que, en la Edad Media, conducía a las muchedumbres hacia los santuarios más renombrados.
Fácilmente se puede imaginar uno la fatiga, el martirio que causaría al santo sacerdote una tal afluencia, las 17 horas pasadas cada día en el confesonario, el ayuno y las maceraciones. Hasta la tarde del 29 de Julio de 1859 continuó su ministerio sobrehumano. Por fin se vió obligado a quedarse en cama para no levantarse más. Los peregrinos forzaron la entrada de su habitación, y él, con valor heroico, prodigó sus bendiciones, sus consejos y sus absoluciones. Finalmente, en la mañana del 4 de Agosto se durmió en dulce paz, obedeciendo alegre al Señor que le llamaba para la recompensa.
LA CRUZ. — Pasaron ya los primeros años de tu ministerio de los que decías: “Esperaba de un momento a otro ser suspendido y condenado a terminar mis días en las prisiones. En aquel tiempo se olvidaban de comentar el Evangelio en los púlpitos y se predicaba sobre el pobre cura de Ars. ¡Oh, cuánta cruz debía yo sobrellevar!… ¡Me abrumaba tanto que casi no lo podia soportar! Comencé a pedir el amor de las cruces; entonces fui feliz.”
LA SANTIDAD. — Elevado a la Silla apóstolica en el día aniversario de tu entrada en la gloria, San Pío X que te insertó en el código de los Bienaventurados, escogió precisamente ese mismo día 4 de Agosto para dirigir al clero católico la exhortación solemne que inspiraban a su corazón de Pontífice nuestros tiempos malvados y repletos de peligros. Ayuda con tus súplicas ante el pie del trono del Señor las recomendaciones que el sucesor de Pedro sacaba de vuestro ejemplo, cuando decía a los sacerdotes: “Sola la santidad puede hacer de nosotros lo que exige nuestra divina vocación, a saber, hombres crucificados al mundo y en los cuales esté crucificado el mismo mundo, que no miran hacia el cielo más que en lo que Ies concierne, y no perdonan esfuerzos para llevar a los demás.” Hombres de Dios ¿es necesario que se muestren únicamente aquellos que son la luz del mundo, la sal de la tierra, los embajadores de Aquel que se digna llamarles sus amigos, que les hace dispensadores de sus dones? No serán ellos fuente de santidad como tienen que serlo para los demás, si en primer lugar no son ellos mismos santos en el secreto de la faz del Señor; en la medida en que ellos se den a Dios, Dios se dará por su medio al pueblo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.