María, Virgen Inmaculada y Madre mía, que eres Madre del Buen Consejo y Madre todopoderosa, llévame bajo tu guía, porque ignorante y ciego como soy, apenas soy capaz de discernir el verdadero bien del mal, a causa de las seducciones del demonio, de mis propias pasiones y de las falsas máximas del mundo, que me apartan de los caminos de la gracia a los caminos de la perdición. A menos que me dirijas con la luz de tu celestial sabiduría, ciertamente no podré escapar de la desgracia eterna. Tú, que tuviste el privilegio de ser en la tierra la consejera de los Apóstoles en el establecimiento de la Iglesia, ayúdame también con tus sabios consejos hasta el final, para que cumpla fielmente todos los deberes que debo a mi Dios y al prójimo. Prometo firmemente seguir siempre vuestros consejos, y en mis dudas recurrir a vosotros con confianza. Prometo también guardarte una tierna devoción, como Madre del Buen Consejo, para que guiado por tu asistencia espero, después de la gracia de una buena vida y una feliz muerte, se me permita compartir la incomparable gloria con que Dios te ha coronado, alabando, bendiciendo y dándote gracias por toda la eternidad. Amén.
V. Ruega por nosotros, Madre del Buen Consejo.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Santísima Virgen, digna de ser hecha Madre de Dios, fiel dispensadora de las gracias que tu Hijo se digna concedernos en esta vida, te ruego por el amor de tu divino Hijo, mi Salvador Jesucristo, que me obtengas del Espíritu Santo, tu celestial Esposo, luz celestial y buen Consejo por el cual pueda saber todo lo que debo hacer y cómo debo conformarme para la gloria de Dios y el progreso de mi propia salvación.
Santísima Virgen, espero recibir este favor del cielo por tu intercesión; porque después de Dios mismo en ti pongo mi confianza.
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