¡Te saludamos, oh bella y amable santa! Mártir en la tierra y ángel en el cielo, mira desde tu gloria a este pueblo, que te ama, te venera, te glorifica y te exalta.
En vuestra frente lleváis el Nombre pleno, brillante y victorioso de Cristo; en tu semblante virginal se lea la fuerza de tu amor y la constancia de tu fidelidad a tu Divino Esposo; como su esposa, desposada con sangre, has trazado en ti su propia imagen.
A ti, por tanto, poderosa intercesora ante el Cordero de Dios, te encomendamos a estos, nuestros hijos e hijas, que aquí están presentes, y a los innumerables otros que están unidos a nosotros en el espíritu. Porque, mientras admiran vuestro heroísmo, están aún más deseosos de imitar vuestra fuerza de fe y vuestra inviolable pureza de conducta. A vosotros recurren los padres y las madres, pidiéndoos que les ayudéis en su tarea de educación.
En ti, a través de nuestras manos, los niños y los jóvenes encontrarán un refugio seguro, confiando en que serán protegidos de toda contaminación, y podrán transitar los caminos de la vida con esa serenidad de espíritu y profunda alegría que es la herencia de aquellos que son puros de corazón. Amén.
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