Adoro el resplandor de tu pureza, la absoluta perfección de tu justicia y el poder de tu amor.
Tú eres la fuerza y la luz de mi alma.
En ti vivo y me muevo y existo. Deseo que nunca sea infiel a la Gracia para no entristecerte, y oro con todo mi corazón para alejarme del más pequeño pecado y no agraviarte.
Guarda misericordiosamente cada uno de mis pensamientos y concédeme que siempre pueda contemplar Tu luz, escuchar Tu voz y seguir Tus inspiraciones.
Me acojo y entrego a ti y te pido por Tu compasión que me protejas en mi debilidad.
Dame la gracia, oh Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, para decirte siempre y en todas partes: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Amén.
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