En honor a Santo Tomás Moro y San Juan Fisher mártires defensores de la indisolubilidad del matrimonio.
Santo Tomás Moro nos enseña:
“Cuando vivas en un tiempo, en el que ningún hombre te dará buenos consejos, ni ningún hombre te dará un buen ejemplo, cuando veas la virtud castigada y el vicio recompensado, debes mantenerte firme. Debes mantenerte firme en Dios por encima del dolor de tu vida”.
Hablando de "la conciencia de Su Majestad", el obispo John Fisher predicó un sermón durante la Cuaresma en la corte de Enrique Octavo antes de que cayera en la apostasía, del cual se exponen claramente los siguientes siete pasos.
Paso Uno: El proceso comienza cuando el individuo enfrenta la tentación de realizar un acto pecaminoso: parece prometer placer y satisfacción, pero el individuo sabe que, objetivamente, es un pecado.
Segundo Paso: El individuo decide cometer el pecado.
Tercer Paso: Él o ella planea cómo cometer el pecado.
Cuarto Paso: Él o ella comete el pecado.
Quinto Paso: Lo disfruta tanto que comete el pecado una y otra vez sin remordimiento ni arrepentimiento.
Sexto Paso: Ella enfrenta una elección: arrepentirse y buscar la reconciliación de Dios y la Iglesia, o convencerse de que los actos pecaminosos no son pecaminosos en absoluto. Desarrolla el hábito del pecado mortal y la voluntad sucumbe a la repetición del hábito. Ignora la voz de Dios en su conciencia y el intelecto decide que lo que antes sabía que estaba mal ahora está bien. Ha matado su conciencia, la voz de Dios. Como diría el beato John Henry Newman en el siglo XIX, adoptó la ley del albedrío como su guía.
Séptimo paso: Ahora quiere que los demás no solo acepten su pecado como si no fuera pecado en absoluto, sino que también participen de su pecado como algo bueno que conduce al placer y la satisfacción.
Como enseña San Pablo en Romanos 1: 28 Y así como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen.
Leemos en Romanos 1:32 los cuales en medio de haber conocido la justicia de Dios, no echaron de ver, que los que hacen tales cosas, son dignos de muerte eterna, y no sólo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen.
La Palabra de Dios enseña que Dios castigará con la muerte eterna tanto a los que pecan como a los que inducen a otros a pecar.
Vemos en San Mateo 13:41 que: El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar.
Bien dijo Santo Tomás Moro: “Cuando la razón se rebela contra la verdadera fe de Cristo y se hace adicta a la herejía, huye de Cristo, y se convierte en esclava del hereje al que sigue, descarriada por el diablo y perdida en los vericuetos del error.”
San Juan Crisóstomo enseñó que: "Pocos Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan".
Y que: "El infierno está pavimentado con las calaveras de los obispos corruptos".
Leemos en las profecías de la monja mística alemana Ana Catalina Emerich: «Veo una cantidad de eclesiásticos castigados de excomunión, que no parecen inquietarse ni incluso saberlo. Y sin embargo son excomulgados cuando toman parte en esas empresas, cuando entran en asociaciones y se adhieren a opiniones sobre las que pesa el anatema. Veo estos hombres rodeados de una nube como de un muro de separación.
Como bien explicó el Cardenal John Newman estos impenitentes: “Llegan a negar los santos Mandamientos, porque los han transgredido; suavizan la perversidad del pecado, porque ellos pecaron.”
En una carta al Cardenal Caffarra, Sor Lucía, una de las tres videntes de Fátima, escribió: “Padre, llegará el momento en que la batalla decisiva entre el reino de Cristo y Satanás será acerca del matrimonio y la familia. Y aquellos que trabajen por el bien de la familia experimentarán persecución y tribulación. Pero no tenga miedo, porque Nuestra Señora ya le ha aplastado la cabeza”.
En esta última batalla en defensa del Evangelio de Cristo, debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. No podemos obedecer a los que abiertamente desafían las leyes de Dios y contradicen las enseñanzas de la Iglesia.
Debemos repetir con firmeza las Palabras de Santo Tomás Moro:
“No me importa si tengo contra mí a todos los Obispos; Tengo conmigo a los Santos y todos los doctores de la Iglesia.”
San Pedro Damián levantó su voz contra el silencio cómplice de los que no denuncian el vicio mortal de la Sodomía y parafraseando a Moisés dijo: “El que esté con el Señor, que lo esté conmigo.”
Recuerden que dentro de los pecados contra el Espíritu Santo están:
- La presunción de salvarse sin mérito. Se engañan a sí mismos quienes, por ejemplo, creen la falsedad de que un homosexual impenitente puede salvarse sin arrepentirse y sin abandonar el pecado. El Evangelio es claro, por eso el anatema bíblico cae sobre la secta apóstata bergogliana que desafía a Dios.
- El desafío de la verdad conocida. Los que desafían la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia caen en este imperdonable pecado.
- Y el Grave Pecado de la impenitencia final.
San Alfonso María de Ligorio, en su libro de Teología Moral, afirma: “La impureza es la puerta más ancha del infierno. De cien condenados adultos, noventa y nueve caen en él por este vicio, o al menos con él”.
Leemos en la Catena Aurea a Casiano:
Aquellos que cubren los ojos de su corazón con el velo de los vicios, según la palabra del Salvador viendo no ven, y entendiendo no entienden ni comprenden (San Mateo 13, 13), y son incapaces de apreciar en lo íntimo de su conciencia los pecados graves. (Colaciones, 23)
Nos dice Nuestro Señor Jesucristo:
“Entrad por la puerta angosta; porque la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la perdición, siendo muchos los que entran por él. ¡Oh!, ¡qué angosta es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida! ¡Y cuán pocos los que atinan con ella!” (San Mateo 7, 13-14).
Oración colecta:
Oh Dios, que en el martirio has llevado la fe verdadera a su máxima expresión, concédenos que, fortalecidos por la intercesión de los santos Juan Fisher y Tomás Moro, podamos confirmar con el testimonio de nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén
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